Es ya hora de la claridad. Al fin, me daré a entender. Pues la escritura nada tiene que ver con velar el contenido con formas a uno tan cercanas, cuando a los demás tan borrosas: digo basta. Basta de la búsqueda por lo sutil, por lo implícito, lo subliminal: en mi vida el principio es el opuesto, ergo ¿qué incongruencias en el arte con el vivir? El vivir compulsivo: la fotografía más precisa, el píxel no perceptible al ojo humano, la imperfección de la belleza, la mota de polvo que arruina (ansiadamente) lo ideal, la mínima gota cuya existencia desmonta (ansiadamente) lo reservado de la vida cotidiana… En efecto: es la estúpida lucha por encuadrar lo que a los ojos resulta de una hermosa no claridad en su retorcimiento por medio de la cercanía, el ejercicio de enrarecer lo real de lo microscópico frente a la gran tendencia. En el cuerpo: la vida compulsiva a que no alcanza la no enfermedad del que vive socialmente, del que no se siente observado al observar la imagen tan cercana.
Mas vendimos la claridad de mi exposición: imagínate tú mismo en una exposición. Fotográfica, obviamente. El espacio, en realidad espacio de paso, de postureo, de la cámara que vigila, el observador observado (el museo, el panóptico, el reality show), no permite la venta a uno mismo a su vida compulsiva, a saber, la observación fina del detalle que te observa, mas solo cuando te vendes a ello. En la exposición no te vendes: los señores nunca se vendieron a La maja desnuda, por ejemplo.
¿Entiendes, entonces, que esa maximísima claridad, que reside en la fotografía, es la misma que ya no surge en el texto? Pues ya no es necesaria. Decía yo, al menos. Ya no lo era, en tanto que el panóptico parece desactivado en la propia exposición: la exposición a uno mismo, tú frente a la imagen, sin la mediación del museo. Mas solo imagen, nunca más que imagen. Imagen física, imagen mental: jamás persona. Por eso se busca la claridad. En la persona no hay claridad. En la persona la claridad se ejercita merced a otro ámbito.
¡Sí! Surge entonces un anhelo de claridad renovado, ya no visual, sino experimental, completamente táctil y perfumesco, poco visual (de hecho no hay ojos). El perfume y la seda, que solo con la lentitud pueden apreciarse en todo su esplendor, frente a la mota de polvo de la exposición auto-construida: la fotografía ajena de su propio carácter de realidad, plenamente vendida al ideal de otra realidad que no es asible, que únicamente se mueve en el plano del perfume. Así es: la nueva escritura, la escritura clara, surge así, ahora, debido a la renuncia de la extrema claridad en la fotografía que ya no llena. Ya no hay quién compense a la falta de claridad en extremo alguno; a alguien debo mostrárselo también. Esa claridad, solo residente de otros dos sentidos, quizás también del oído, aún no habiendo llegado, invita a su presencia en el sentido mental por medio de la expresión verbal. Espero que de ahora en adelante entiendan adónde llego, ahora que ya no sé adónde tengo que llegar en aquello que resultaba máximamente diáfano. Now I’m clean.

You know what I mean.