Basta. ¡Basta! Aquella palabra apestaba en las flores ya putrefactas de mi espejismo, en tiempos de estos oscuros versos, hace ahora varias semanas: las campanas dieron la hora del fin de la impersonal película. Película de malísimos actores: solo buscones de polvorientos reconocimientos. Hasta el mundo se comporta de ese vil modo, mirándose en el espejo cada vez que pare a uno de esos (oesas) imbéciles. Imbéciles ilusionados por la secta de infinito radio de pedantes, que construyen esa infecta corona, que no puedo más que fundir para mis adentros, convirtiéndose su aparente dorado en lo que en realidad era: mierda revestida con diamantes. Ya ven ustedes, pues se la presento, aquí (procuren no envenenarse con su nefanda fragancia), la geometría de esa inmundicia: el orden estúpido de su mundana inercia. Púdranse con ella, les invito a hacer, en caso de que la carta de mi falsa misantropía se la pueda mostrar a ustedes (estoy ya harto de dirigirme a la nada: déjenme de una vez por todas pensar que no estoy solo en este réprobo mundo), si sus alhajas son igual de falsas que la roca de mi corazón, catarata de cristales rotos de interminable altura. Ese abismo profundo en que soy arrojado, con ustedes, amigos, solo por el capricho de ese maldito ser que, buscando la obligada perspectiva, nos avista, como a los insectos del atronador error, desde el borde del infernal precipicio. Cachondeándose ya no solo este de nuestro imbécil subir la montaña en corintios trabajos, sino de la humanamente falsa percepción: la atracción, que es la pura aceleración incontrolada, la caída libre a los límites ínfimos del universo, indiscernible de la eternidad temporal… Y no podemos explicarlo, humanos… nunca podremos… No podemos, porque las fuerzas que rigen el mundo son la peor de las pestes. Y seré yo pesimista, sí, amantísimos idiotas: pero es que similia similibus curantur. Porque son solo ustedes, patéticos y abominables científicos, los que no pueden explicarlo. Pero yo sí… Yo sí…
Un día de noviembre de otro año enterrado, de amarillo verdor que, plácidamente, caía.
LOS CRISTALES DEL AHOGO
I. Gota a gota cae la mancha.
La mancha envenenada.
Enturbia el negro río de sangre,
cuyo vaho escarlata, hirviendo,
silencia el reloj maldito.
II. Del canto muerto del pájaro
recita un verso el poeta,
llegando a las estrellas absorbidas,
por la luz de una candela.
Ese es el pasado:
la aceleración de su doler.
III. Huele la lánguida rosa
el ambiente apagado: el hogar.
El hogar de la lánguida rosa,
que la Luna disfruta en ahogar.
IV. Las hormigas delatadas
por la luz de la linterna,
tañían las campanas
de tu fúnebre concierto.
Trepaban por tus piernas,
huyendo de la brisa.
Mordían tus heridas,
podridas por el tiempo.
Tronaban sus pasitos
tu película de hielo.
Veían en sus ojos
la diversión del fuego.
Una llegó a tu rostro,
forjando el grave hierro:
murió ella abrasada,
buscando ser su cielo.
Tomaste tú las balas,
el fusil, y la rutina.
Tocaste con la noche,
el temor de mi pupila.
No quedaban ya en
mi paredón hormigas:
las mataste a todas,
en silencio, a mi vista…
Alzaste el rifle,
y apuntaste hacia mi vida.
Quedé yo solo,
en la plaza, en la silla.
En la silla de la noche;
en la silla compartida.
En la silla de la nada;
en la silla que es mentira.
El gatillo consumiose
en tremores de agonía.
Y cayó Hera dolida,
en la espada de osadía.
V. Y la muerte, que es
el ángel de la cobardía,
adalid de la celda perdida,
con su sombrero bermejo,
y su cálida sonrisa,
visitome aquel día turbio,
con astrales fantasías.
Revolvime yo en su seno,
con sus manos y las mías;
con el eterno encierro,
de sus picudas celosías.
Mas supe, entonces, salir del pozo,
en que mi alma, hondo, caía.
VI. Ven, Galatea,
y caricia el crepúsculo.
¿Saboreas su frialdad…?
Es el castigo
de Dios al mundo.
Es la mentira
del mito al tuyo.
Es la caída
del mármol mudo.
Es el vacío
del planeta viudo.
Ve, Galatea,
al filísimo acuto.
¿Descansas ya en paz…?
ARREBATO DE ENJUTEZ
VII. Ominoso frenesí,
que despertaste con la aurora,
¿contigo viviré
hasta la tumba del ahora?
¿Contigo expiraré
tras las ansias de la loba?
VIII. La arena deleitosa
del mojado desierto
lloraba el laúd
del desterrado contento.
El desterrado contento
mataba la lira
en su cantar de la lava
de tus cumbres alpinas.
De tus cumbres alpinas
caía el don divino,
que fulminaba lo lento
del felice contento.
Del felice contento
lloraba yo en mayo:
del mundo caído;
del tesón rematado.
IX. Oye, querida,
el rugir del cohete
que rompe la risa.
Rápido avanza,
arrasando los brotes
verdes del racimo
de rosas que guardas.
Frena, querida,
el célere horror
que ya a nadie agrada.
Rapiña del grito,
que es el dolor,
arranca la vida
que el tiempo arrasó…
Caíste, querida,
derribando el motor;
defendiendo a la reina
de su grave afección.
Recuerdo eres:
terrible color…
Raída mezquina;
alhajas de error…
X. La pesadumbre electrificada:
el hálito vital de la adulada.
XI. ¡Oh, eterno océano,
donde en diluidas caóticas
las aguas de las sombras,
reviven los muertos;
los truenos de los sueños:
tierna miel de los tormentos!
Dime, ¿ves tú igual
el laberinto de rubíes
llorosos y vivaces;
el prieto caos
que presiona sobre
el soñador cielo?
Dime, oh, ¿ves
el filo hiriente de
tu luz perdida
al buscar la salida?
¿Y ves la sangre
en los cipreses de mármol,
el corazón de piedra?
¿Ves la obsidiana,
irreal y apenada,
clavada en tu mirada,
y que te turba el pensar,
el sollozar,
el amar…?
¿Ves, océano,
la cárcel oscura y puntual,
donde residen
las playas del deseo?
¿Y ves el desorden
de sus áureas reglas?
¿Ves el sentido
en su gris inercia?
Porque, oh, océano,
te pido la señal
del camino…
Pues tiempo ha,
solo vivo lindante
al roce del universo:
a la confusión fulgurante.
Al beso al crepúsculo:
al infinito aberrante.
Al vagar aturdido:
al sentimiento vibrante.
Y necesito a la vida,
la torre brotada
de las aguas sombrías.
La pintura de Venus,
cantada, a mi pupila…
El fin del frenesí,
que calme esta bahía…
Dímelo, océano.
Oh, dímelo…
XII. Vagaba en la noche mi sombra,
hollando páramos apagados:
enmudecidos parajes caídos,
un día de gélidos vientos,
por mi penumbra expirados.
La lira marchita de mi alma
oyó un quedo silbido de sirena,
que de los bosques lejanos brotaba.
El espíritu, que el respiro del alba
en la espesura apreciaba,
cual imán de su rosa dorada,
a la arboleda silbante marchaba.
El éxtasis lúgubre
que en mi oscura mente brillaba,
hizo la estridente melodía
que a mi errante alma olvidara.
Interno en las hojas y flores
de riachuelos, aves y ramas,
quedé sordo en los gritos
que todos a un son cantaban.
Idílico infierno tornado,
lloraba mi sombra perdida
entre bramidos, violenta,
de ojos inyectados en árboles,
aullando el fin del camino…
copado de muerte olvidada.
El yermo cerco amputado
que yo del sentir sangraba,
acabó con ondas de luz al beso
en la usanza eterna y diaria.
Vagaba mi sombra en los páramos,
de nuevo,
que cada día eterno abrazas…
EL DIRIGIDO GREMIO AZULADO
XIII. GARBOSO POEMA A UN VETUSTO CAMARADA
- Es tan vieja ya la fiesta,
de la noche a la mañana,
que el consumo de la vela
es la venida olvidada.
Es tristeza por el cambio
de las pasadas batallas;
es confianza por la vida
tras nuestras manos luchada.- ¿Dónde queda enterrada
la difícil diplomacia?
¿Dónde vuelan los rencores
y las soledades pardas?
¿Cuándo el círculo dará
lecciones descabelladas?
¿Cuándo nacerá de nuevo
el reír al ver las canas? - Pues reflejo de la vida es
el forjar desemejanzas,
y luchar contra el correr
es el fin de la alianza.
Basta comprender la esencia,
que es el reformar un alma,
para ser agradecido
de los frutos de la planta. - Y acábese lo serio
(aun sabes su importancia),
pues la miel de tu labranza,
(sabes bien que es flor y nata),
es el cantar aturdido
de patéticas desgracias,
a este mundo antigallardo,
de maestres payasadas. - Porque el mundo es una Iglesia
de trasquiladas Pedradas:
mamarrachadas Bernardas
por Rallo pulverizadas.
¡Cuánta liberal razón
por Valentía amarrada,
apagada por su rojez,
solo por ti rescatada! - Que, por cierto, tremenda es,
y cruenta, la batalla,
entre vuestros intelectos:
¡mas prefiero yo a la amada!
Tantos años hercúleos…
(¡que siguen a las marianas!),
te han transformado en un hombre
que levanta ya mil masas… - Arrollador de Goliat,
llamado David eres ya…
Y conquistador del mundo
(aunque en virtual realidad)
eres cual Bladeus, dragón…
Y allá entre tiros a amar
con Platón aprenderás.
Y a tu diosa adorarás, - como a la carlista amaste
muchos años julianos ha.
Mas tú fuiste isabelino
el año de viudedad.
Y ahora hombre nuevo eres,
cual vaca alimentada ha;
con tu barcelonés tiro,
cuya mirada atinará. - A tu ídolo imitarás,
con su vago desarrollar:
imperios de cutre Padel,
y unas gambas que pescar.
Aunque el mirar esté puesto
en Elisas que machacar:
pecha kuchas conducentes
a Maduros ingleses ya. - ¿Cuáles serán las hazañas
que del monje llegarán?
¿Son estudios de la casa,
u olas del árabe mar?
¿Pues quién sabe si francés,
por al Seta molestar?
¿O será en el de la Bernarda,
por de las puellae disfrutar? - Y si gustote lo que vino,
lo que viene habrás de hollar:
ante el altar de Villanueva,
al macho Marte has de ayudar:
en su pecho crecerán
las virtudes de tu hechizar.
Y esos sueños reales,
de jacuzzis que embobar, - se tornarán populares,
de en tu lanza burbujear.
Pues al Isidro acabarás,
por sus billetes tomar:
cuando el baile frenético
la bella calle comprarás,
rompiendo los bañadores
para a la cerveza te aliar, - como la vez que a mi amada
en el embarca habías de amar.
Mas fue sueño del Brasero,
que fue lujo no disfrutar.
Como fuelo un orejones,
con sus lindos monstruos de mar.
O asimismo una alemana
a quien diste de tu ajuar. - Y ahora logras ser la espada,
Calavera en el pajar,
que derrota a ese Sexual Ser
hasta en el latino recitar.
¡Solo un ente se resiste
a su matemático pensar!
Se trata de una rivera,
¡que tumba al valiente audaz! - Yo pensé ser imposible,
¡mas él gusta de kebabs!:
es la vaga explicación
de ese osado superar.
Él entiende al carretero,
en su templado broncear:
chocolates gaditanos,
que el de Austria masacrar ha. - Queda un año ya de vida,
en que hui sin mirar atrás.
Mas quedan en la nevera
dos Maestros sin usar.
¡Cuando Dios será tan grato,
de a Jesús ya no ocultar!
¿Cuándo al bien querido Chávez,
su existir no expropiará! - Pues es esto inaguantable:
¡un tal Pires especular!
Un patrimonio estético,
que el paso hizo fulminar.
Mas un día de este medio,
en Selección se llevará.
¿Será el fin de sus andanzas,
con Bladeus, de AOE?:
eso…, amigo, ¡ni hablar!
- ¿Dónde queda enterrada
XIV. MALÍSIMO POEMA A UN INSIGNE TIPO, QUE ES CIERTAMENTE UN ESPECTRO FUTURO MÍO
Oh, Dios mío.
¿Soportar podré yo acaso,
de pensar ello el porqué:
tu sufrir inaudito,
y de la cárcel,
que no entiende ni el rojo
de su piel?
Ay, por Dios,
que no puede ser cierto,
ese seguir viviendo tuyo;
tras la embestida mortal
de la fiera,
que a mí llegará otra vez.
Pues la sombra del ciprés
que te alarga,
no sirviote más que un mes.
Un mes de demonios centenarios,
que acabaron tu pobre miel.
¡Oh el eterno invierno maldito,
en que la furia del famoso frío,
tornó su ya en azulada piel!
¡Oh al hambre que sufriste,
y que solo saciose una vez!
Esa vez a las mil lloradas…
y a la una, otra vez…
Oh, por Dios,
que doler yo tanto,
no pudiera sola vez:
¡resistencia de Mercurio!,
de eso es tu grave hiel…
El trabajo es tu salida,
cayendo el plomo del monorriel.
Mas allá están las Germanías,
a que habré yo de ser infiel…
Ay, por la gloria bendita,
que de estar yo en ti,
por Dios,
que un rayo me mudase
en buriel…
Pues lo que tú viviste,
compañero,
no lo aguantara, no, ningún rey…
XV. AÚN MÁS TERRIBLE POEMA A UNA VÍCTIMA, QUE JAMÁS CONOCÍ NI CONOCERÉ, DE CIERTA MUDABLE ROSA
No.
No puede ser que tú también,
otrora gustando los frutos del vergel,
ideal enemigo de mis sombras,
eterno repetidor del ¿otra vez?,
caigas fulminado
en el pozo de esta discordia.
No.
No puede ser que tú también,
fantasma telúrico de la flor,
afortunada corriente:
vividor paradisíaco
de los perfumes del ardor;
dotado tú,
de las alas de la pretensión,
hayas caído rendido
ante el rosado trono
de esta consumación.
No.
Me niego a aceptar que tú,
amigo encadenado,
como el Sol,
por un deseo,
bebas de las mismas miserias
de las que lo hago yo.
No.
Me niego a aceptar que tú,
como un triste ángel caído,
te arrastres conmigo en las mazmorras
en vez del metálico golpe,
y a cambio de la celestial admisión.
No.
Me niego a llorar junto a ti,
extraño,
hasta que conozcas también
mi futuro dolor,
que llegará tras la Luna perdida:
el apocalipsis de la eterna inacción.
No.
No estaré yo contigo,
amigo,
hasta de la loba vengar,
viviendo,
sabedor del infinito doler,
tu religiosa misión del comienzo,
hasta que Dios su diablo ondee.
XVI. POEMA A UN SABIO AMIGO MÍO, QUE FUE RETRATADO, 4 SIGLOS ANTES DE QUE NACIESE, POR TIRSO DE MOLINA
Don de Ulloa patético estimaba
al Don Juan fracasado en la embestida.
Pero yo contradije la vestida
socialista mentira que cantaba.
Entre Setas y roscos adriananos,
díjele de económicos fundamentos
no fiarse de ese mondado fermento;
mas con de Charo el alcohol entre manos
se acercó al chocolate gaditano,
y en terribles envidias aquel monje
intentó él en refuerzo machacarlo.
Tan experto como era el fulano,
Don de Ulloa olvidó su ira fonje
de pasados rencores al fustigarlo.
¡Ay de Mariano,
que oposición suya será
en terribles y malsanas trifulcas!
¡Oh PSOE, refugio eterno
de capillitas pecadores,
y negros de Jericho comendadores!
Tan frenéticos fueron tales crepes
que Don Juan del temible Déjame Ser
enemigo en croquetas se hizo ver.
Mas engáñaste siempre que discrepes,
pues verdad es que diga de ti aprender,
—¡sustituye al par en el Corte Inglés!—
aun siendo un maruja como un francés:
inteligente eres (se puede ver).
Aun cuando el vocerío inhumano
cierta vez te bramara, en sofístico
jugueteo, tremenda gilipollez,
prometes un futuro algo cubano,
pero fiscal serás tras lo juerguístico:
A vos, Don de Ulloa,
(¿salvador de mi estupidez?).