Basta. ¡Basta! Aquella palabra pretendía la provocación del silencio, cual si la impersonalidad del mundo se fuera a tornar en voluntad consciente por arremeter contra ella, hace ya varias semanas. Naturalmente, la futilidad de este intento fue total, y la solución fue el aroma de las flores que renacieron: la primavera a partir de los frutos de un invierno, que nunca bajó de templados mínimos, pero que por deseo de evocación los proyectó en una película de malísimo director. Esa secta autológica y puntual de pobre pedantería, que decidió desdeñar la melodía de la noche brillante: delicioso perfume monumental de parques y plazas, palacios y torres: amistades y amor. El enamoramiento de la realidad, cursilería rematada, a partir de la escultura con las fundiciones del oro: diamantes refulgentes a partir de grafito. Alhajas de engaño que sirven a la ciencia; perlas que explican la cristalina geometría del cosmos, orgánica belleza. Oh… Todo ello, que constituyen las fuerzas que rigen el mundo: la más excelsa fuga. Y seré yo optimista, sí, amantísimos lectores: pero es que similia similibus curantur. Porque son solo ustedes, depresivos e incomprensibles poetas, los que no pueden explicarlo. Pero alguien podrá… alguien podrá… Un día de noviembre de otro verdemente brotado año, de rojizo cariño que, plácidamente, ascendía.
SENSUALES ROSAS DEL INVIERNO (Fuga de invierno)
XVIII. ESO ES LO QUE NUNCA PASÓ
Lo que el espejo empañado
gritaba;
lo que en la sepultura,
desconocida,
de castillos susurraban;
lo que el papel turco
mostró en la helada flor;
lo que fuera el dolor
de este,
en catedrales abismales.Sí, ¡gracias a Dios!;
lo que el retrato
su cuchillo no clavó.
Lo que del arpa
una bomba no surgió.
Lo que mi pluma maldita,
en la pared manchada
no acabó.
Lo que el construir
en su palacio derruido,
de sus islámicas cabezas,
a la carrera no tornó. Sí, ¡gracias a Dios!;
podridos insectos
que se alimentaban de aquellos;
el mundo,
al margen de mi río,
correrá eterno,
y yo en la cama quedaré,
deseando lo que,
¡gracias a Dios!,
no llegó…
Lo que la divinidad no creó
para los débiles;
lo que el ingenio,
trabajando,
para él se reservó.
Sí, ¡gracias a Dios!,
viviré con vosotros,
rosadas mariposas,
cuyo beber es dulce y suave;
¡sí!
Pues el cielo
caerá sin nosotros.
Oh, y qué hacer…,
¡qué hacer en las masas
del ocaso!
Qué hacer frente a
la verde;
Qué hacer frente a
la fruta;
Qué hacer frente a
la eterna;
Qué hacer frente a
ti, oh, Inutilidad…
XIX. ODA A LA INTELIGENCIA
Dime, ¿dónde habitas,
bella amiga de las dotes de oro?
¿Resides en la piedra
refulgente y perdida;
en el número patético
de los chorros juveniles?
¿Bebes acaso
del río de hojas frenéticas,
o disfrutas el agua
del manso robado
por la forja intermitente? Dime,
¿vives en el repetir
esta inercia de las aves,
y en el gustar
los placeres del vino
dormido?
¿O te gusta el metal
de extraños olores,
como al verbo
el paladar sucio y risueño? Dime, te exijo,
¿dónde te encuentro,
inteligencia,
si no es en el astro
que orbita eternamente?
¿Por qué nunca vi tu luz,
en incansable búsqueda,
si pareces ser la pura?
¿Es que enoja
a tus rojizas pupilas
el acabar temprano
de la cuna lapidaria
que descubrió el pantano? Pues ello pensé yo,
mas el clave que ruge
en el gravitar,
me absorbió
en los tallos al cortar. ¿O será en el pequeño,
pequeñísimo pajarito
que no canta
por la tranquilidad
de las nubes?
¿O será en el alba maldita
de las cumbres
de un deseo florido?
¡Pues bien te quiero yo,
Inteligencia,
cerca mía!
Pues el polen del solecillo,
¡no me atrae, no!
Si tú eres el cementerio,
entiérrame en ti.
Pero llévame
a lo que lleves.
Pues necesito la llave
del palacete
que el crepúsculo quemó. Dime,
oh, Inteligencia;
y dáteme…
Dáteme,
pues sin ti
yo no puedo vivir…
XX. DIATRIBA DE CÁNDIDO FINAL, EN CONTRA DE LA FILOSOFÍA
No digáis que
vibra paso el rayo a las murallas,
milagrosa blancura atrapando.
Y que sin sentido se conduce volando,
cual oscuras en tornadas palabras.
Porque,
temporal lumbre, de cuyo calor
estas joyas emanan,
¿qué valor hay
en la nada robando?
Habladme del brillo
hacia donde ella, tranquila, avanza;
ahí en aquella pared,
¿cómo atrapa tal candor,
con las flotantes ya negras palabras?
Es una ingenua marchando,
por el campo del blanco amarillo.
Pero por tonta a sí más la quiero,
perdida,
pues a igual abrazo
entonces, amiga,
en la nave
de la fortuna,
que el mundo aguarda
en sus jamás clavadas espinas.
XXI. CABIZBAJOS
No sumando
entre ambos
ni diez años,
iban, pequeñitos,
los hermanos
cabizbajos,
la Avenida soleada
silenciosos
superando. Las farolas tendidas
obstruíanles el paso,
en máquina infernal
reseca y devastada.
El asfalto
cual la tez
de una morena
relucía:
el frío levantando
por las ondas de luz,
que cegaban,
desconocidas,
el avanzar perdido. Cuidaban de no hablar,
no fuera el accidente
inminente;
cuidaban de guardar
su cabeza tan baja,
como el pueblo
de sus padres,
castigado por la nada.
En el trabajar
desde la cuna
esos hermanitos
se agotaban.
Andando,
junto al coche,
que, veloz,
los atacaba. El fin fue en
la polvorienta neblina
de la industria podrida.
El relucir
de la basura,
hedionda travesía,
reflejaba el acabar
de la hucha derruida.
Aquello solo era
una avenida
y unos chiquillos,
por el color
apagado
quemados
un ratillo.
Mas sus primos…
esos fueron
ya hace mucho
atropellados…
XXII. EL RACIONALISMO DE LA LUNA
Un puente conozco
cuyas piedras
están hechas
con el mármol más puro.
Ingenieros trabajosos
que lo pulen cada día.
Y es que cae en cada casa,
pues los puntos
no se fían.
¿Mancha alguna
que lo cae?:
ingeniero sustituido. Es difícil
que sin ser
célere caballo,
no brote al río
quien por el puente
pasa.
Y el entrenamiento
es
puramente racional.
Difícil como el frío,
y picudo soportar. Es un puente
de maderos
que llega hasta la Luna.
(Algunos se quedan
aquí, en la Tierra,
habidos de
deseosas plumas).
Esa Luna,
cuyo espacio
es tan lejano,
me tumba
al vacío,
eternamente,
en cruzando
el prometido
viaducto. Es honrada
y acá habida
hazaña,
mas es logro
que no alcanza.
Mil letras
para cruzarlo
abarcan
(¡y a veces
basta
con inteligente mirada!).
Es no entendible
la esencia
de la pasada.
Es superior
a flojeras adecuadas.
Mas la piedra
no confúndase
con la Luna
ya empeñada.
A la órbita
se llega
en clases terminadas.
Es solo práctica
de racionalistas
estrategias,
que conozcan
los cráteres
y la otra cara
de este puente.
En aristotélico anhelo
se confunde
la embestida.
La embestida racional
de estupidez siempre vestida.
RELOJ DE ARENA (Fuga de otoño)
XXIII. LO SIENTO
Granos de tierra que duelen cayendo:
¡colmando el fin de mi espera!
De amo andanzas a tu fuente bella,
ahogando ruinosas mis piedras.
¿Cómo el tiempo tuyo abarca,
querida,
todo este: mi reloj de arena?
¿Cómo rompes tú mi rojo norte,
si tu brújula mía no despierta?
Lo siente el vidrio mi haberte amado:
lo siente aquel grave tiempo ahogado…
Lo siento yo y ya mi tierna aguja;
lo siento, oh, siempre de tuya Luna…
Lo siento…
Ese tiempo que es en mí espera,
de los laberintos sinuosos de la fantasía,
y que no es más que el errante desdén,
de tan plateada voz cual tu vida…
Pues en la luz cantas colores,
en tu lejano beso: dulce y dormida;
la época de ondas bermejas…,
el llanto extraño de rosas perdidas.
Yo duelo entonces tu dolor confuso,
mas nada sé de ayudarte, querida…
¡Cómo hacerlo a oscuras y ajeno!,
le pides mucho a esta flor aturdida…
XXIV. ESTOICISMO
Como la arena que absorbe el monte,
se agota lenta la taza en mi ventana.
Desde ella,
contemplo el pájaro rosado,
que augura la noche templada.
Un dulce pasito que avanza el sol,
y que se topa con de mi taza
el cálido vapor,
me ríe, creo yo,
ajustando el querido y trastocado reloj:
Dan la cuarta en la suave campana,
y al ya posadito pájaro en la iglesia,
besada tiernamente por mi amigo el sol,
miro abrazado al silencio,
solo, a la sombra del lucero,
al fin, y tranquilo:
yo.
XXV. YO SOLO SÉ QUE TE QUIERO
Inteligencia en tu reloj:
¡lo que perdió este suave vagón!
Porque tu tiempo es oro negro,
y por ello estoy yo muerto…
Por ello derretido…
Por ti… aunque tu saber
te alejara de mi ignorar:
pero lo siento, amada del aire,
por pensarte:
adorarte, querida, debió ser solo,
el mágico privilegio de los tiempos.
Ya me dejaste claro el fin
del rezarte al día en el templo.
Ese amarte hasta lo eterno,
y en valiente griego seno.
Lo siente el corazón templado.
Lo siente el llanto inexplicable.
Lo siento yo por la vana pasión,
que jamás vistió en la Vera.
Lo siento, oh, por ti mi amor…
Andaré a amar, que es el perdón,
de todo fuego en su helada fusión…
Pues dudo si mi espera,
cuyo vacío al caliente suelo cayó,
con sus granitos de arena
en la que venga un brote verde,
cual del olmo enjuto de mi alma,
exculpará en pinturas este,
mi nunca amado amor,
que sentiré hasta morir,
si alguna vez lo sabes,
nunca merecida y excelsa querida,
con la intensidad con que te amo,
y con la que jamás te pude mirar
por miedo a la sinrazón…
Lo siente el cronómetro acabado;
lo siente el interior anegado;
lo siente la muerte de ese crecer extinguido…
lo siento llorando, por ti, querida;
perdona mi de nunca esta osadía…
perdona al gris egoísmo y bobería…
Amas mil a ya tú segundos…
vive… me alegra…
No por morir qué has tú minuto…
ama… rosa, tuya, eterna.
Disfruta en el mundo del deseo a mí privado…
busca el plumaje de tu linterna…
Reina afligida: cariño de soñador cielo…
toma y demuestra a la Luna
tu divina y colorida belleza,
Este amor te refiero que fue no ni nunca…
porque aunque me duele ese yo no ser nadie,
tu río siempre será más dorado sin el mío…
por ello tu mar supo siempre sabiamente…
ay… este llorar muerto solo al beso al ciprés frío…
ay, Dios mío…
A altura, la de tiernos y muertos castillos míos… Oh…,
yo solo…
yo solo te pido perdón, porque…
… porque yo solo escribo una cosa,
… porque yo solo estimo una cosa,
… porque yo solo pido una cosa,
… porque yo solo vivo una cosa:
… porque yo solo sé que te quiero…
XXVI. ESO ES LO QUE PASA
Ven.
¿Ves ese rayo de Luna?
¿Puedes ver en él
su temprana muerte?
¿Ves el firme frío
de su blancura?
¿Ves su belleza
esquiva y sola? Sí; acércate.
¿Y por qué no ves en él,
solo un simple rayo de Luna?
¿Por qué de un reloj de arena,
lloras el morado del universo? Sí, ya sabes quién soy,
y eso es lo que pasa:
un rayo de luna.
Un rayo de luna
cuyo color
no es de importancia.
Un rayo de luna,
sí,
disuelto,
cual poeta,
al alba;
mas un rayo de luna
que pasa,
y que pasa en tu extraña mirada:
el milagro de tez pisada. Ahora abrázame a mí,
el calor helado de estrellas;
pues soy yo quien,
tú en tu pérdida,
allí era quien siempre pasaba…
XXVII. PUES TE TEMO MÁS QUE A MI MUERTE
Huelo ya la fantasmal melodía
que el cementerio exhala,
cansado de enterrar
de fugaz imprevista:
¿Será la siguiente,
mi eterna idea perdida?
Su rostro pálido
y sus huesos arenosos,
en la fosa eternamente hueca;
su esqueleto no imaginado,
producto de la invernal cosecha.
La guadaña que ahorca
el pensamiento,
y que llora el órgano dorado
en la regular iglesia,
¿robará la brisa negra
que inspiro día y noche,
y cuyo Sol irradia
su temporal lumbre,
a los muertos de diseño
que copan el presente,
espantoso ensueño?
Oh, porque no quiero pensar,
no,
pues te temo más que
a mi ya acabada muerte.
Que no muera aquel petróleo,
¡oh, Parca!,
pues aunque me mata,
así puede vivir ello,
gracias… a esa..
Si no, seré el solitario funeral,
en parco e industrial concierto…
Que no muera…
Que no muera nunca…
por favor…
Te lo suplico:
por favor…
XXVII. GLORIA, RECONOCIMIENTO, Y OLVIDO
Escribir no podría
la esencia de la realidad,
de idealista cabellera,
en una vaga poesía.
Pero no sería mucha,
ni entonces,
la gloria y las perlas
que resistieran
el devenir lapidario.
El pasar de la historia
en celebrado olvido. Obra máxima
de emperadores,
en cambio,
sería descubrir
la razón del sujeto
que busca en otro
su acabar supremo.
En cómicos intentos
quedaron los poetas.
En oscuros patetismos
los más excelsos filósofos
de la falsa Grecia.¿Es todo ese baile germano
lo que puede brillar
del cantar del mundo?
¡Oh, emperadores,
pues,
de su silenciosa melodía!
¡De las esferas ved
su sed de gloria!;
su anhelo de reconocer,
un sujeto,
sus celestes giros…
Y cuán caído,
a cuento de la gloria,
vino el diablo
por Dios traído.
Es indudable
que el mal
por ello surgió:
la duda que impregna
el reconocer sumo.Es como conocer
a una persona:
se esfuma
la duda primigenia.
Y así de personal
es el límite:
indudable presencia
que al hombre creó
por sus frutos,
extrañados,
preguntar.
Por la importancia,
en definitiva,
de la negrura del número
en que está escrito el universo.
Por aquel,
cuyo matemático saber
se agota en a la gloria aspirar,
que el olvido
de todos nosotros
jamás permitirá.
Existís, pues,
eternamente:
el reconocimiento os hizo,
y por eso solo de su
cristalino caño
queréis beber,
en la continuación
de la gloria tras la gloria,
limitada en todo,
menos en su inercial seguir,
hasta el rosado despertar.
No lo entiendo. Mi inconstante avanzar arrastra cadenas, que adelantan a las galeras solo parcialmente. ¡Qué disposición más pura la que rige vuestra estación! ¡Y con qué celeridad los raíles de la noche atravesáis la vez pasada…! Pero yo solo acudo al museo. Y este museo es decimonónico. Como yo. Porque me estoy construyendo en la cornucopia del «vacilaba hacía esfuerzos por recordar aquello era lastimoso». Y ahora encima la vanguardia de la alemana. Maldita que coincide con Werther. Maldita que coincide con el italiano de los raíles. Es un dolor insufrible. ¿Por qué de una alemana? ¿Por qué hace cuatro años y es al punto uno y medio? ¿Por qué evoca al maquillaje Medici? ¿Por qué sería rojo y negro? ¿Por qué soy tan imbécil? ¿Por qué el reloj canta cualquier noche? ¿Por qué desfallezco cada día? ¿Por qué la inconstancia paisajística? ¿Por qué la rutina asquerosa me devuelve el corazón arrancado por la naturaleza? ¿Por qué el rey es el ácido sulfúrico en Venus? ¿Por qué solo puede haber vida en Marte? ¿Por qué alemana? ¿Y por qué ya? ¿Por qué tan rápido? ¿Y por qué alemana? ¿Y por qué es más doloroso que la Nada? ¿Pero por qué en el momento menos…? ¿Por qué la pared disfruta del pelo? ¿Por qué China en una ceja vikinga? ¿Por qué alemana? ¿Por qué morí? ¿Por qué soy débil, más que el soldado bobo? ¿Por qué eres tal inmadurez? ¿Por qué denuestas la camiseta, la sevillana torre, y a Heráclito en su salsa quevedesca? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué de una alemana…?
ALEGRÍA DEL PLANETA (Fuga de estío)
XXVIII. A AÑOS LUZ
Siento la vida
del huracán granuloso.
Allí, en la mano:
rugir gélido
de rocas baldías.
Lo llaman Dios,
de dotes
casi de
femenino ángel:
¡la tenebrosa melodía
es en realidad!
Y hay otro
tan cercano:
cual la guerra.
Puedo oler
su encarnado
polvo,
sonda perdida
que avanza,
como un humano,
por el Olimpo
marchito.
Y otro más,
que abraza lo añil,
como el pueblo,
que la luz
en giros terribles
enciende,
y que gobierna
el vagar del hombre,
que creía a aquel
un reflejo
de su condición.
Pero todos son lejos…
lejos de ti y de mí.
Lejanos vecinos
que casi nos besan
en el guiño
incalculable.
Batallas
que anegan
el mar distante,
cuando el principio
de ti y de mí
se halla
en los confines
de las ondas que nos unen.
Porque el ir eterno
se consume
en las cercanías
de lo lejano,
y esta flor
de polvaredas,
nubes
y cometas,
no más que en
la divinidad cercana
nos aplasta,
en unión
que,
ya sabes,
fue estelarmente
por el tiempo bello
planeada.
¡Oh, luz que
rebasas
las fronteras
de la asamblea!
Llévame en tal viaje,
y deja
que la óptica
vea un punto en la Tierra,
y yo en ella imaginada,
junto a ti,
unión
por la física perspectiva
dulcemente generada.
Seríamos Dos,
como Venus y Júpiter,
a un punto de la guerra,
marchando abrazados
en su Vía Láctea.
XXIX. UN INSTANTE
Con la alegría
del limón del estío,
aquellos pómulos marcados
danzaban soleados.
¿Los viste?
Eran reflejo
del no llegar yo
a dos lustros.
Acuático banquete
de aquel instante,
tornaron el pasado
que siempre es la aguja.
Feliz arremetí,
entonces,
contra el cielo;
y el viandante postrero
jocoso mirome,
cual a un loco
que del caluroso estío
se hacía el sustento.
Mas mi pensar
a la sazón
era en aquella.
¿Qué fue tras soles,
metales y esencias,
de tan resuelta:
llamémosla Ella?
Su belleza,
que de párvulo
daba agua a mis veranos,
¿cómo conservose
bajo el sagaz sombrero,
si vila,
en cantando,
estos años de incienso?
Un instante fue
motivo del poema:
uno solo,
porque su camino
discurre
por otra dehesa.
Dulce sea aquella
que yo le deseo,
pues merece un Sol
quien tras de sí mirome,
sublime,
aun recordando
tan familiares intentos.
Solo existe oportunidad una:
la lectura de ella
del estival concierto.
¡Qué maravilla
sería el mundo,
si la Grecia clásica,
a recitar,
volviera un segundo!
XXX. ¿QUÉ HACES A LA SOMBRA DEL ÁRBOL?
¿Y no es sofístico ultraje
la demorada dicha?
¡Levanta al fin!;
pues el obelisco
físico será no por sí solo.
La sombra es útil
si no en transitado calor:
sofocante es tanto más
la muerte en su frialdad.
Adusto invierno que
no tardará en llegar:
¡y el ingenio enjuto
de quien no crea,
y se extermina
agonizando sin luces!
Cierto es, Maestro,
mas la columna
ya fue descubierta,
y no sé aún
qué montaña atravesar.
Es dura la ciencia,
y su camino, empedrado.
¿Qué camino espera?
¿El del triángulo fútil?
¿El del monje
que avanza
como el español
sin creer,
pero enseñando
a los demás?
¿La Iglesia
del satélite,
de renovada
humildad?
Dime, Maestro,
¿adónde caminar?
No digas, Sofista,
que te perdiste,
por en la apacible sombra
restar.
La acción
no es científica,
sino sabia,
y como el heno
eclesiástico,
al Sol has de andar.
La invitación cándida
olvidósete,
por a los arcaicos escuchar,
¿y no ves el criticar de ellos,
al de tu sombra escapar?
Vamos, Sofista,
¿por qué no vienes ya?
Vayamos juntos,
hacia la nada,
sin miedo al olvido;
sin miedo al absurdo;
sin miedo a la novedad.
XXXI. LA NO EXONERACIÓN DEL SABER
Un amigo distante
una vez
me aconsejó saber.
Ahora solo sé
de él no saber nada:
la perfección
estatuaria
que de la mente
no se esfumó,
aligerando el peso
de la negra columna.
El peligro de residir
tras la cortina
del rosetón,
cuando el tiempo llega
y se convierte
en músculos estivales.
Músculos estivales
del funeral
de Dios,
que cuelgan
de la tal cortina,
atacando diabólicamente
el Sol reflejado en los ojos inocentes.
Ojos que,
extenuados,
buscan seguir
el protestantismo
de los míos,
que es en campos
de muerte
en el castigado
infierno
del nacimiento.
¿Los ves?,
me dijo el amigo.
Pues la razón se perdió,
añadió.
La reprimida razón
de que no nos exonera
el saberla dulce y risueña:
risueña,
como esos ojos inocentes
que no esconden
más que el diluvio
en los giros
a que conduce lo mismo:
el saber:
la nada.
La nada que no sé
por nada.
Pero que es nada
también por ser.
Como el rosetón
descubierto
de la catedral
bombardeada,
cuya negra columna
cayó frenéticamente
en el seno de Dios…
¡Como yo!
XXXII. DETRÁS
En el vagón
de tercera
yo no puedo ir.
Jactancioso mirar
relego
a la de atrás.
Si su descanso
no turba
la tinta y la pluma,
mi deseo es vano
de sí imaginar.
¿Ves, florida alma,
mi dependencia:
de un racismo
casi
estadounidense?
Pues la España
que anhelo
no soy yo,
no.
¿Y qué español,
entonces,
no acierta
en el avanzado intento?:
veis,
la mirada
que hace hervir al ser
solo bebe
del agua primera.
Primera española;
y final: acabar.
El ansia también
es primera,
en esa finalidad
que contempla
la belleza del mundo,
y ambiciona
eternamente
el comienzo
de la igualdad.
Igualdad tornada
por la grieta
que el paraíso
generó,
para dividir
a la humanidad.
El deseo absoluto
que al leer llegará:
el fin de lo injusto,
¡el fin de la tercera clase!,
al del vagón final,
al primero,
donde habita
el perfume de la vida
y el mal
del querer consumirse
en la vela
que incendia
al corazón.
Del mal
que eleva
al astro
en el verano.
Del mal
que lo que no es suyo
arrasará.
Del mal
que me ha de llevar…
en el rojo tren
mundanal.
XXXIII. ASIMETRÍA NATURAL
A la estrella
de la simetría
mostraré,
cuando posea ella
también
el del amar atributo,
el milagro
que la hizo posible.
La ruptura
de una simetría
natural:
la constitución
de lo físico.
El cielo
que no se refleja
en el mar,
y que lo hace posible
(¡el prusiano
de podridas ojeras
ya le dio forma!);
o el amarla
porque no me ama,
y que constituye
la esencia de mi amar;
o el sombrero
que vistiera
su nonagenario,
y que hace
a la misma masa:
¡primer milagro!,
por la asimetría
que te embellece,
y genera
al cuerpo físico.
O la asimetría
que la órbita
que gira
en torno
a la divina
galaxia
engendra;
o el frescor
de mi vida
el pasado estío,
deseando
la llegada
al iglú.
Así también
fue la vida:
el milagro
asimétrico
de la termodinámica.
El milagro
de la francesa
y patética espada.
Y un día
el asimétrico tiempo,
que hace al ayer
nunca jamás,
y al mañana
un ahora mismo,
cual diestro demiurgo
de su esfera evolutiva,
a ti
de razón dotó;
y a mí;
y al polvo
estelar
que pestilentemente
roza el sentido.
El sentido
de panes y peces
que
desdeñan
el milagro
de la psicología:
asimétrica,
como mi adoración
hacia ti, querida.
Tres milagros informes,
espejos del fin aparente:
la razón.
La razón que,
lejos de entender el amar mío,
busca leyes:
simetrías.
No entendiendo
el óxido
de la raíz
de tal constante.
Durmiente bella
es la razón
ante el cuarto
de los milagros:
que
A la estrella
de la simetría
mostraré,
cuando posea ella
también
el del amar atributo,
el milagro
que la hizo posible.
XXXIV. SIMETRÍA RACIONAL
Un cuarto milagro
en aparte
a la nada
escupiré:
racionalmente ágil;
intelecto podrido.
Érase
el asno
que sendos montones
a sus lados poseía,
y como
de partícula
en gravedad
levitaba,
el punto medio
no abandonaba
por miedo al mal calcular.
La razón
invitaba
a la simetría:
la simetría
de la muerte;
la simetría
de la inexistencia;
la simetría
de la roca;
la simetría
de la involución;
la simetría
que conforma,
empero,
cada hermosa
flor
del prado.
La simetría
que conformaba
su indecisión
vegetal.
El asno
allá cayó,
como yo
caeré
a un tiempo
en la ecuación
temporal
que no sabré resolver.
Allá
el perfecto
y simétrico;
allá,
la estatua magistral
que disfruta
del claustro jovial.
Oh, asimetría…
déjame
entenderte,
como el asno
te entiende
y hacia ti tiende;
límite exterminado
ya el medieval:
tú,
animal,
actual;
tú,
que mayor,
como sabedor
de la integral futilidad,
contienes
la clave
de la voluntad;
Ay, ¿será
por ser
despropósito
artificial?
Oh, asimetría…
Haz que el cuarto milagro
rompa
la simetría
del no actuar,
frente a la perla del pajar;
pues en el templo de oro
residirá,
como Higgs,
esta partícula,
entonces,
enlazada,
en su matricial onda:
como ambos
en el universo;
como ambos
por la asimétrica luz:
en la fusión elemental…
LA FUENTE EN EL OLVIDADO DESGUACE (Fuga de primavera)
XXXV. LA LLANTA QUE HABITAMOS ES CELESTE
El azul intenso
techo es
de las calles de Sevilla.
Pero
la rápida carretera
en su vena
se atascó.
La llanta
entonces
en la alfombra
de alquitrán
al cielo
saluda.
Es como el tiempo
cuyo accidente
aconteció
esta tarde:
circular semáforo,
que el brillo azul
anega
en su paso
indiscriminado.
Es como
un día triste
sin lluvia,
y la feria
el desguace
celebrando:
la llanta
que se oxida
lamiendo
los celestes reflejos
del azulejo
que
provocó
el caos automovilístico.
XXXVI. LA LLANTA QUE HABITAMOS ES RADIAL
El zoológico
casa es
de las jaulas de España.
Pero
el personal
un día tomó las calles,
y los carneros
a los humanos
acercaron.
Unidos
en fraternal alianza,
al furgón
marcharon
los díscolos,
pero la llanta
encontraron
entre rejas
muy perdida.
Todo el país
al punto
a la fiesta acudió:
toneles
de gasolina
para pasar el rato
en la llanta rodeada.
Entretanto
los carneros
de los prójimos
no dudaron:
su imbecilidad
temporal
en torno a
la celeste llanta
era hasta mañana.
Catalizadores
no valieran
para
del circo
sacar
a los socialistas
llanteros:
el complejo
activado
era
la congregación radial.
Los carneros
aprovecharon
para el furgón
por el precipicio
sin llantas
desechar:
desguace abismal,
destino
de los círculos humanos.
Animales
superados
por su animalidad
ingenua,
zoológica,
como las jaulas
de la llanta
otrora
en la carretera olvidada.
XXXVII. LA LLANTA QUE HABITAMOS ES ÓPTIMA
La derivada
agua es
de las cosas humanas.
Pero
el trapezoide
sus ocupadas mentes
devastó.
La circunferencia
entonces
parecía imperfecta.
La llanta
giraba
como un meteoro,
y todos lo vieron;
pero nada hicieron
por el problema
teatral
al fin abandonar.
El examen
patético fue,
y la muerte
el consumo
de las conversiones
a segundos
efectuó equivocadamente.
La llanta rodando
como nosotros
a todos
parecía gris,
por no saber
el nombre del color
que gritaban
día a día,
vivarachamente.
El alcohol
su metálica
forma emborrachó,
y en golpes
en la carretera
que acababa
concluyó.
¿Los carneros
de sus huesos
ya podridos,
se unían
a automóviles
y humanos?
Pero
la llanta
giraba
ansiosamente,
por convertirse
en óptima:
matando
a la inteligencia
que no vio
el freno.
¡El freno!
¿Dónde?
En el desguace
tú y yo
no acabáramos
si
la llanta
de su neumático
no saliera.
Óptimamente
no:
con el sentido
del desear.
Como el desear
del freno
inacabable
cuyo nombre
conoce
la procrastinación,
veneno
de eternos elipsoides
de revolución.