Otro rayo de luna.

A las cuatro. /
A las cuatro doblarán las campanas /
del atraco a ese prieto fluido /
que recorre en huida de tus venas. /
Gemirán en tu sordera y al púlpito accederás, /
mas su eco retumbará como la horca /
semanas y semanas de ahogo ancestral. //

A las cuatro. /
A las cuatro el clave llorará tan presto /
que sus lágrimas atravesarán sin dolor tu cuerpo, /
mas las heridas gangrenaranse, pútridas, /
cuando la cabeza eche su vista atrás. /
La homilía pasada a nefasta broma olerá: /
incluso las alas podrás saborearlas /
en toda su esencia exquisita /
volando tan, tan lejos de ti. //

Hola. Ayer me puse algo así como dos horas a escribir por acá acerca del arte de la escritura, pero inesperadamente se borró cuanto había escrito y ya no es que me apetezca volver a invocar las memorias de Baroja o Las metamorfosis de Ovidio. Aun así, supongo que acabaré retornando a ellos como un boomerang a pesar de lo dicho. El caso es que he de decir que al contrario de lo que a menudo suelo hacer pretendí ir ayer con un estilo un tanto menos arrogante. El lenguaje anacrónico aurisecular mal defendido de mi yo de hace un año se me ha comenzado a figurar como un rasgo de pedantería y, sobre todo, majadería, pues si aún alcanzara la gallardía que Cervantes bueno iría, pero con el vocabulario del que dispongo, de ínfima magnitud en comparación con cualquier escritor del XVII, no es esto sino estupidez, magnífica estupidez. Por otro lado, también comenté un poco, a propósito de aquellas disposiciones estoicas de que hacía gala hacia un tiempo, la cuestión del bene vixit qui bene latuit, que no es que sea estoico pero venía empaquetado en toda aquella ética mía del momento. (De ahí lo de Ovidio, con lo que ayer me extendí algo más aunque dejé bien claro que nunca leí Tristes). Lo cierto es que en el fondo, y no tan en el fondo, soy un verdadero histrión. Y soy consciente de que ponerlo por escrito comporta que cobre naturalidad el defecto como si por así plasmarlo lo privara de su mal. No es que me sienta conforme, pero estoy ya harto de que nadie, nadie me lea y yo no exista. Yo no soy nadie y por tanto nada puedo reclamar de forma que no sea un infantil capricho, pero, aun así, yo reclamo por si Dios me oye. Un día de estos, en consecuencia, haré remodelación de la descripción que de mí mismo hice allá por el año pasado en este blog. Negar de forma tan profusa aquello del desear que lo lean a uno era natural que significara lo contrario. Y yo era consciente y así pretendí escribirlo. Sin embargo, lo que no entiendo es por qué darle de tal modo la vuelta a las cosas si solo se pretende decir lo mismo, máxime cuando la ironía no se encontraba presente en el mismo texto en el grado en que exigiría un modo de expresarse tal. La cosa es simple y llanamente decir lo que se piensa sin pelos en la lengua, ya que disfrutamos de esa posibilidad (y la censura de Zuckerberg y otros tantos me la pela porque, ahora sí he de decirlo, no soy absolutamente nadie, además de que por algo no tengo redes sociales). La escritura que más me persuade es la que es clara en sus intenciones y denota un parecer que a uno mismo le haga pensar: «Joder, no podría haberlo expresado mejor». No es que esto lo logre mejor la ensayística, ni muchísimo menos. La llana literatura que logre un retrato fisiológico o psicológico magistral de lo retratado, que a uno le impresione por la brillantez de la ocurrencia, ya gana, gana tanto, tantísimo que puede erigirse a mi juicio por sobre cualesquiera obras que no alcancen semejante hito. La trama en una novela no me interesa nunca, me es del todo indiferente aunque pueda a uno causarle un tanto de emoción en el caso de algunas. La cosa es cómo se relaciona aquella obra con lo que subyace a la realidad y no se expresa con frecuencia, o, de sí hacerse, no con las palabras adecuadas o, más a menudo, de un modo que no puede transmitirse a los demás. Esto recuerda un tanto a la célebre máxima atribuida a Gorgias, aunque en mi caso estoy precisamente dejándome maravillar por aquellos escritos que rompan esa lógica: sí se puede conocer algo, porque es indudable que los buenos escritores conocen, no pueden concebir escritos de espaldas a la realidad; y también se lo puede transmitir a los demás, pues aunque uno no sea capaz de ello, hay quien demuestra que eso no es un absoluto. Claro que omito la cuestión del si existe la verdad, que a mí me la repampinfla desde hace bastante tiempo, y también la del que la verdad expresada por el poeta, el novelista o el dramaturgo sea la que el lector capte. Naturalmente yo no creo que eso sea así casi en ningún caso. El lector es siempre una suerte de intérprete, con mayor o menor peso este rol en función del tipo de texto. Por ello precisamente es estultísimo hacer lo que se hace, que no se me figura menos que desangrarlos, con los poemas durante la educación secundaria, y no quiero saber qué se hará en la universitaria. Yo me quedo con lo primero, y me quedo para mal, muy mal. De todas formas, no nos perdamos, pues a lo que antes iba era a lo del estilo y a lo de qué valoraba más en un texto. Yo sinceramente el estado de éxtasis que leyendo Espadas como labios alcancé hace unas semanas soy consciente de que lo alcancé por una percepción muy particular de las cosas. Yo a ustedes no les voy a decir como alguno dice que «El azul indica tristeza». Pardiez, que si el azul indica tristeza y no azul en los poemas que abajo vienen no los lean, no los lean pues no les agradarán en absoluto. No me agradan ni a mí por su antimusicalidad y antiestética extremas, pero a mí eso no me importa si es que han sido una herramienta de cara a desahogarme. Qué sé yo, en relación con lo que les dije al principio de la soledad de este triste lugar de Internet, ¿qué creen ustedes que deba hacer? ¿Por qué iba a escribir algo que nadie va a leer acá en vez de guardarlo en esos documentecillos que tengo en el ordenador? No es que piensen ustedes que aquí pongo lo mejor que tengo. No, escribo lo que me viene a la mente y los dejo aunque sean malísimos, y no importa. Por cierto que esa forma de escribir de Baroja en Desde la vuelta del camino antes la había de algún modo visto plasmada en algún escrito de ciertos adolescentes y me había parecido terrible, mas ahora soy yo mismo quien la echa para adelante. Pero bueno, que sí, que escribo de poemas cuando me apetece aquí y cuando no allí, y no se hace en principio intercambio de ambos. La apetencia de que así sea es la esperanza de que la sentencia de Ovidio cierto día pueda dejar de aplicármela, aunque eso me parece difícil. Aun así, he visto sorprendentemente que este mes unas pocas veces se metieron al blog desde los Países Bajos, cosa curiosa, y así ha sucedido otras veces desde Suecia, Portugal, Estados Unidos, Ecuador y, especialmente, Alemania y Gran Bretaña, hecho bastante inesperado. No es que pueda cantar victoria pues entre todos sumarán un escaso puñado de visitas, mas en cualquier caso, para la calidad de esto, no está mal. Con todo, si me quejo es precisamente que en virtud de la sobredicha histriónica personalidad que en verdad tengo esperaría algo más de búsquedas por parte de quien sí me conoce, particularmente dada la circunstancia de que no hay quien no haya por una vez buscado el nombre de alguien por Internet en busca de alguna información. Supongo que nadie me buscará a mí, e iba a decir que con razón, y es posible que desde luego, que para qué querrían, pero sin duda se sorprenderían al ver que tengo bastante más disponible para sus mentes curiosas y chismosas que quienes se encuentran tan presentes en redes pero que solo publican, digámoslo así, cosas del día que a nadie  importan verdaderamente más que a los enamorados, que se tragan lo que sea de sus amados o amadas, aunque sea una vida insulsa y unos comentarios estúpidos. Aquí que hay poemas de amor y cosas por el estilo, pues qué sé yo, aunque no me tengan ni interés ni cariño, al menos sí algo más de risas podrían sacarse de entender un tanto que yendo vez tras vez a la foto seca, muerta como lo están esos irreales píxeles, de a quien narices acudan ustedes, pues si está en su posibilidad, así lo harán cuando estén aburridos, incluso aunque su vida sea lo más magníficamente entretenido. Y en cuanto a los propios poemas, a pesar del estilo jovial del que ahora mismo he hecho gala este ratico, son insoportables nuevamente, y fueron como un exhalar la pesadez de un alma abarrotada de envidia, una envidia siempre producto del mismo hecho. Qué sé yo, en verdad no soy una persona tan envidiosa, y me contengo con una moderación y templanza de que otros no podrían desde luego jactarse, pero cuando escribo poesía parezco un macho en celo y atado a una pared ante el discurrir de su imaginado, y más que nada imaginado, paraíso. De nuevo, qué sé yo, vean ustedes lo que quieran ver, no van a ver lo mismo que yo ni lo pretendo ni desde luego sería positivo que así fuera, aunque no dudo de que casi cualquiera haría una interpretación de ellos más aberrante de lo abominables que en todo caso pudieran llegar a serlo. No les diré que los disfruten, porque son un rollo. Como para quejarme de ser un histrión encerrado con llave en su casa, si es que qué pretendes que salga de esto…

Preludio


Hendía la ciudad su banalísima prosa
en las entrañas de aquel sueño turquesa,
como el cristal traslúcidamente sepultado en su vaivén
respiraba cual hipnótico disparate,
enterrado en la ceguera,
alcantarilla doliente solo durmiente
en el iba y venía del casi olvidado 
máscaras del trofeo.
Torna, hombre, al felino nocturno la noria grotesca
tras la valla o la cesta fútiles,
hombre.
Toma la reja, tómala ya
cierto que el sueño abarca el precipicio enfermizo.
Así, así 
así el esqueleto arrojado al vacío se revuelve en la tierra:
¡oh, tierra iluminada por los rayos de Luna!
Calla, calla como no supliqué que callaras
ahora que tu gritar se hizo desaforado
incluso en las raíces del neumático púrpura.
Toma, toma el liviano espíritu que del hendir
huya en sus reflejos bermejos como espadas.
Toma, no, no toma sino tomas
el duelo anacrónico en el delirio amistoso.
Oh, recóndita fosa común donde yace
el segundo lunar pasado en su lengua de luz.
Oh, oh del oscilar perpetuo de esta carga
a la par que el estiércol cae gota a gota sobre la testa.
Oh, oh, oh el bosque, el bosquecito fresco
en su momento físico tan completo,
¡oh! 
Si solo supiera del rayo de luz las ondas telúricas
aspiraría el rojo pasión que refulgía como la Luna.
Oh, Luna, Luna siempre cayendo al mar
de la mano del atrevido Sol;
oh, Luna, Luna y el rayo que arroja al corazón
también en la mina de rubíes enquistada en el otro.
Adiós, rayo de Luna.
Sigue rotando como rota el gusano perdido
en la base de la ciudad que hendiendo su espada
alimenta como las arañas la inagotable obsesión.

Qué va a decir

Qué va a decir,
si yo soy como el guijarro apagado de la calzada romana,
como la salida de la ciudad entre gafas rosas,
como el pretexto del mar el día de dos jóvenes,
si yo soy y quizá seré
como la escoba y el polvo el día de verano,
como a quien toma el semáforo rojo al suyo solaz,
como a quien duerme con los ojos abiertos
pensando la estatua ser observada,
presidio de un cementerio invisible.
Qué, qué va a decir, alma mía,
si el disfraz ni siquiera porta,
si de la creencia el pilar es arcilla mojada,
si del plegarme a Dios en alfombra tórnome,
si de suplicar el mísero escupitajo recibo la más negra lluvia.
Qué, qué va a decir
cuando el sentir de uno es la cadena de su vida,
cuando al agujero se arroja en espiral día tras día,
cuando el teatro se hace célere y vivaraz
solo por el qué va a decir.
Pero nada dice.
Qué, qué va a decir
si yo digo cuanto dice quien masacra
los anhelos de una Luna llena.
Qué va a decir
si mi pluma es la sola palabra en el silencio
que nunca llega a quien jamás dirá.
Oh, insoportable filme
al que penetra vez tras vez la luz en su nieve.
Sí, la nieve intempestiva que aconseja.
Aconséjame ahora en la espera, Dios mío.
Qué va a decir. Qué va a decir…
La inercia

Es la rosca inmediata a la que tiende el infeliz pasado.
Disfruta de sus joyas en él enquistadas
y verás el disfrute de una idea
cuyo tronco inextirpable hunde su causa
en la mecánica más prehistórica.
Pero te verás arrastrado como el río por la piedra,
a merced de la pisada cruel restando
el camino vital. No, no, no es como el valle.
Es siempre una montaña minada de pozos.
Pozos cuya sed de ese zumo que es la esperanza
parasitan el anhelo de…

Es incomprensible.
Ahí apesta como el tonel rodando sin causa física,
subsumiéndose en el océano de la superficialidad
como gota de aceite vibrando en la garganta.
Vibra, vibra, nudo mío, como lo hace la guitarra
nunca templada y advertida de la inercia,
oh inercia que al pico buscas aspirar una vida
donde solo queda nieve y hosca palabrería.
Entretanto consumes y consumes agotándola.
Oh, inercia, un respiro al bajar de la loma
o del soto nunca en armonía.
Ay, pero nada, nada es que pueda ofrecerte a cambio
ante la vaguedad y la cobardía.
Oh, con lo poco que es el viraje.
Quizás un día.
Quizás.
Eso dije, un todavía no.
Un todavía no.
Entrada directa al centro de gravedad,
catapultándote hacia el mediocre discurrir
por unos dientes, unos dientes.
Mírate un poco, inercia querida.

Crónica de un latrocinio anunciado

A las cuatro.
A las cuatro doblarán las campanas
del atraco a ese prieto fluido
que recorre en huida de tus venas.
Gemirán en tu sordera y al púlpito accederás,
mas su eco retumbará como la horca
semanas y semanas de ahogo ancestral.

A las cuatro.
A las cuatro el clave llorará tan presto
que sus lágrimas atravesarán sin dolor tu cuerpo,
mas las heridas gangrenaranse, pútridas,
cuando la cabeza eche su vista atrás.
La homilía pasada a nefasta broma olerá:
incluso las alas podrás saborearlas
en toda su esencia exquisita
volando tan, tan lejos de ti.

A las cuatro.
A las cuatro esa fina reflexión del azul
que en tu mente rebotaba cual Iglesia romántica
las sábanas viejas desvelará,
en durmientes perlas acogidas por el libro
que no abierto desconoce el genuino brillar.
Sus páginas cubrirán de oscura tinta
la última hora como tú no lograste
el espejo pulir en la fingida dicha.
Las tinieblas ¡qué claras se tornarán!
¡Cuán diáfano el oscuro, oscurísimo diente
clavado en el monte lunar!

A las cuatro.
A las cuatro el escarlata, ¿rogará
el reverberar ventoso de su verdad,
o preferirá el tierno mordisco
solo en su silencio, en su silencio tan tranquilo?
La escena, el par de histriones, la luz marchita,
la flor ajena, Dionisos gozoso, el libro cerrado:

A las cuatro.
A las cuatro.
A las cuatro el techo se desplomará
consumándose el arrebato invisible
de aquella fuerza inhumana,
presión del batallón bajo el morado oculto.
Oh, oh, oh, advierte la desdicha de la cúpula
que predice el reinado clandestino.
Oh, oh, oh, inhala al fin el fuego
que la de tu cuerpo pira invade el cosmos entero.
Siente la verdad cruda a las cuatro,
a las cuatro encendiéndose la hoguera ajena.
Las mudas estrellas en ti imperando,
los rayos besando tus finos labios,
tus cabellos en anhelo de la fresca brisa:
la verdad a gritos del castigo propio,
las espadas engullendo la carnosa joya,
el espíritu esfumado a la misma estratosfera:

A las cuatro.
A las cuatro.
A las cuatro, a las cuatro quedarás sepultado
bajo la esmeralda fugaz de tu único deseo;
a las cuatro, a las cuatro las luces apagarán
de la falsa película los rayos de la idea purísima;
a las cuatro, a las cuatro el establo
al aire más liviano aunque engreído en su cian
esculpirá la figura del animal sagrado;
a las cuatro, a las cuatro la escalera al paraíso
robarte habrán como nunca fue tuyo,
como siempre fue suyo como el rayo de Luna.

A las cuatro…

El verdadero peligro

Escucha hay algo que no debes olvidar Escucha
Desde el sendero brillante viste la acera
oscura oscura como los caracoles
Sí Pasaste de largo centrado en el verdor
de tu flor propia pero no miraste
La sombra seguía seguía en su caparazón absurdo

No lo imaginabas como no imaginabas
que ante el agua reflejada y el estiércol alucinado
eligiera ay sí eligiera
Pero imaginar sin rozar el peligro
pensar en la esfera tan clara
en la esquina tan rugosa
en las manos tan trabajadoras honrando el mimo
es olvidar cómo la suciedad vuela y vuela tan bien

Un día ante el globo terráqueo extasiado
verás los continentes moviéndose
moviéndose al margen de ti y de tu estudio
Escucha no es cierto o quizá sí lo sea
mover las aguas es anterior a pretenderlo
El mono fugaz supera al cerebro no fingido
en la anarquía persa Escucha esto hizo falta
Escucha porque el verdadero peligro es
como los caracoles caparazones verdores
monos puliendo su fina piedra
cuando menos lo esperas tu blanca bandera
ante el compañero de armas así por débil
que después ya no es porque es estatua
y humilla humilla humilla con la mente nublada
cómo pudo en el bosque habitar así la mirada
cómo cómo es incomprensible la risa después
el caracol el caracol no sé si repite

Escucha que no te pase Escucha porque duele
duele como el péndulo inesperado cayendo del cielo
Abraza el catalejo y toma pues siempre hay ranas
que en el estanque toman de Asturias el partido blanco
Ay ay ay y luego el mar y el mar y el estiércol en el mar
qué si no el riesgo Tómala pues se acabó la tragedia

Y el poema de hoy en tono bien distinto. No sé qué van a ustedes a pensar, pueden interpretar tantas sandeces, tantas sandeces… Pero no la mayor de ellas, no la mayor de ellas, se lo aseguro.

Neo-Lulú

Avista de la calavera el cráneo
como mocoso el palo indagando.
No sé qué ver.
No sé qué creer.
Recuerda a la sonrisa bronceada por el sucio tostado.
El sucio marrón.
Sí, aunque también al restaurante,
al fino restaurante de la venda de muerte
cual oscura y al acecho madriguera.
Mira, mira, tiene un algo de primate disparatado.
Casi como un cohete,
deseados volcanes como el fuego de un cohete.
No, no, pero baja de nuevo
y observa a la prehistoria en su expresión
caótica, depravada como unos colmillos.
Fíjate, fíjate en el dentista acuñando su robo.
Y esos arcos carnosos, quizá neolíticos.
Sí, su telar olerá a animal.
Como ese brillo del agujero, son como un tanque
rodando si bien lo miras.
Y vibrando en su falsedad analízala.
Ello en la hoja más cavernícola.

Observa, observa la explosión:
la punta de payaso,
estelar como un codo
(ay, pero espera, es un brócoli
un brócoli que delata al hombre).
Sí, quizá como un hombre.
Pues vaya si así se mira,
como dos lagunas profundas, desesperados cuencos.
Y qué de la erosión tan marcada,
pasado de un desierto tan pasado.
Es como un arrecife enjuto, un cactus rojo, sí, así es.
O un monte que a sendas cataratas lentas,
calientes, densas como el tocino deja caer sus pliegues.

Son como bonitas dunas
en magistral ondulación por la física traicionera
al hueso pegadas, falso y perecedero pegamento.
Toma, toma, imagina el cielo tan tierno
y pequeñito pero poco manejable.
Es como una mentira en la osamenta.
Una máscara que no se sostiene,
y el sudor, y el sudor brotando del ahogado cuero.
¡Qué cuero más granadino!
Casi como los Reyes Católicos se te ve,
lo que apena pero no mucho.
No, no, mejor no imaginar. Pobre.
Pobre río. Pobre vegetación. Pobre mundo.
Sería motivo de mil cementerios.

Contempla el conjunto.
Se figura un cuadro surrealista donde 
camina el elefante por el basto morado.
Dos cápsulas que lo ocultan todo.
El mundo entero.
El resto nada importa, y de ahí el sueño de la cabra.
O igual es cierto, lo más cierto, como la droga
que blanquecina inunda el pulmón de bronce.
Imagina el respirar, el respirar acelerado y metálico.
No, no, solo queda el infantil impulso tan verde.
¡Qué verde y qué rojo! Mira, mira, delata
a la presa que es mentira como un paño de bronce.
Mira, mira, es terrorífico, morado bosque,
puerta de Drácula, exaltación blanca como la muerte.
Oh, oh, oh el turquesa brotando de las venas
tan perdidas, ladronas, asesinas, asesinas venas.
Pero es solo la luz.
Solo es como la flor marchita.
Solo es como la paja revuelta.
Una por sus perlas encubierta Maritornes.

Oh, oh, oh pero cuando esas perlas se apagan
el mundo se entristece como un noticiario.
La indiferencia impera, la falsedad, la no presencia.
Se convierte en pared el oyente y en sueño,
en película española el deseo.
Se convierte en barranco la cima,
se ve desprovisto el cosmos de Justicia
y solo puede reinar el egoísta sonriente.
Eso es, observa, observa cómo se agota la alegría:
merecer la pena lo hace al pobre diablo más inmundo.
Las columnas bien dispuestas se oscurecen,
se oscurecen por el brebaje más antiguo
de los que erradican la fe.
Se trasluce la muerte en vida como máscara podrida.
Observa, observa cómo se deshace sin entender.
Pero en la profundidad resta la belleza.
Una belleza incomparable, a veces muerta, a veces apagada.
Sobrecoge al alma.
O quizás no tanto.

A veces pastan las ovejas blancas y nos parecen negras.
A veces son marrones y parecen blancas.
El asco también hunde sus raíces en las rosas,
que pinchan, pinchan ante todo frente a la roca.
Roca grande y tosca como un simio,
un brujo repulsivo como un primate cuasi vegetal.
Oh, oh, disfruta de la repulsión, sí,
disfruta de la deseada repulsión en el arco alegre.
Todo es un teatro. Las perlas lo delatan.
Las ordinarias, comunes como un gato naranja, ay.

Ha sido disparatado como el cráter bombardeado.
Como el rojísimo elástico.
Corre, corre a torcerte como un cable.
Yo también, en la fosa prístina.
En el baile ritual amazónico.
En las placas tectónicas y su dorsal oceánica.
Sí, la olvidada dorsal oceánica.
A veces por no vista en su candor reservado
al ajedrecista borracho,
a veces por calabaza, punta de lanza o utensilio.
Es como del XVII. Aunque se puede coger
como se coge la rojez de un payaso.
No sería, desde luego, cual escrito y pluma de poeta sino quijotesco.

PD: No me responsabilizo ni soy partícipe de nada de lo que aquí escribiera mi yo pasado. Por otro lado, si se encuentran en su teléfono móvil, seleccionen el modo apaisado. De lo contrario, la versificación, por estúpida, hortera o absurda que sea, queda arruinada.

Hola. Ayer me puse algo así como dos horas a escribir por acá acerca del arte de la escritura, pero inesperadamente se borró cuanto había escrito y ya no es que me apetezca volver a invocar las memorias de Baroja o Las metamorfosis de Ovidio. Aun así, supongo que acabaré retornando a ellos como un boomerang a pesar de lo dicho. El caso es que he de decir que al contrario de lo que a menudo suelo hacer pretendí ir ayer con un estilo un tanto menos arrogante. El lenguaje anacrónico aurisecular mal defendido de mi yo de hace un año se me ha comenzado a figurar como un rasgo de pedantería y, sobre todo, majadería, pues si aún alcanzara la gallardía que Cervantes bueno iría, pero con el vocabulario del que dispongo, de ínfima magnitud en comparación con cualquier escritor del XVII, no es esto sino estupidez, magnífica estupidez. Por otro lado, también comenté un poco, a propósito de aquellas disposiciones estoicas de que hacía gala hacia un tiempo, la cuestión del bene vixit qui bene latuit, que no es que sea estoico pero venía empaquetado en toda aquella ética mía del momento. (De ahí lo de Ovidio, con lo que ayer me extendí algo más aunque dejé bien claro que nunca leí Tristes). Lo cierto es que en el fondo, y no tan en el fondo, soy un verdadero histrión. Y soy consciente de que ponerlo por escrito comporta que cobre naturalidad el defecto como si por así plasmarlo lo privara de su mal. No es que me sienta conforme, pero estoy ya harto de que nadie, nadie me lea y yo no exista. Yo no soy nadie y por tanto nada puedo reclamar de forma que no sea un infantil capricho, pero, aun así, yo reclamo por si Dios me oye. Un día de estos, en consecuencia, haré remodelación de la descripción que de mí mismo hice allá por el año pasado en este blog. Negar de forma tan profusa aquello del desear que lo lean a uno era natural que significara lo contrario. Y yo era consciente y así pretendí escribirlo. Sin embargo, lo que no entiendo es por qué darle de tal modo la vuelta a las cosas si solo se pretende decir lo mismo, máxime cuando la ironía no se encontraba presente en el mismo texto en el grado en que exigiría un modo de expresarse tal. La cosa es simple y llanamente decir lo que se piensa sin pelos en la lengua, ya que disfrutamos de esa posibilidad (y la censura de Zuckerberg y otros tantos me la pela porque, ahora sí he de decirlo, no soy absolutamente nadie, además de que por algo no tengo redes sociales). La escritura que más me persuade es la que es clara en sus intenciones y denota un parecer que a uno mismo le haga pensar: «Joder, no podría haberlo expresado mejor». No es que esto lo logre mejor la ensayística, ni muchísimo menos. La llana literatura que logre un retrato fisiológico o psicológico magistral de lo retratado, que a uno le impresione por la brillantez de la ocurrencia, ya gana, gana tanto, tantísimo que puede erigirse a mi juicio por sobre cualesquiera obras que no alcancen semejante hito. La trama en una novela no me interesa nunca, me es del todo indiferente aunque pueda a uno causarle un tanto de emoción en el caso de algunas. La cosa es cómo se relaciona aquella obra con lo que subyace a la realidad y no se expresa con frecuencia, o, de sí hacerse, no con las palabras adecuadas o, más a menudo, de un modo que no puede transmitirse a los demás. Esto recuerda un tanto a la célebre máxima atribuida a Gorgias, aunque en mi caso estoy precisamente dejándome maravillar por aquellos escritos que rompan esa lógica: sí se puede conocer algo, porque es indudable que los buenos escritores conocen, no pueden concebir escritos de espaldas a la realidad; y también se lo puede transmitir a los demás, pues aunque uno no sea capaz de ello, hay quien demuestra que eso no es un absoluto. Claro que omito la cuestión del si existe la verdad, que a mí me la repampinfla desde hace bastante tiempo, y también la del que la verdad expresada por el poeta, el novelista o el dramaturgo sea la que el lector capte. Naturalmente yo no creo que eso sea así casi en ningún caso. El lector es siempre una suerte de intérprete, con mayor o menor peso este rol en función del tipo de texto. Por ello precisamente es estultísimo hacer lo que se hace, que no se me figura menos que desangrarlos, con los poemas durante la educación secundaria, y no quiero saber qué se hará en la universitaria. Yo me quedo con lo primero, y me quedo para mal, muy mal. De todas formas, no nos perdamos, pues a lo que antes iba era a lo del estilo y a lo de qué valoraba más en un texto. Yo sinceramente el estado de éxtasis que leyendo Espadas como labios alcancé hace unas semanas soy consciente de que lo alcancé por una percepción muy particular de las cosas. Yo a ustedes no les voy a decir como alguno dice que «El azul indica tristeza». Pardiez, que si el azul indica tristeza y no azul en los poemas que abajo vienen no los lean, no los lean pues no les agradarán en absoluto. No me agradan ni a mí por su antimusicalidad y antiestética extremas, pero a mí eso no me importa si es que han sido una herramienta de cara a desahogarme. Qué sé yo, en relación con lo que les dije al principio de la soledad de este triste lugar de Internet, ¿qué creen ustedes que deba hacer? ¿Por qué iba a escribir algo que nadie va a leer acá en vez de guardarlo en esos documentecillos que tengo en el ordenador? No es que piensen ustedes que aquí pongo lo mejor que tengo. No, escribo lo que me viene a la mente y los dejo aunque sean malísimos, y no importa. Por cierto que esa forma de escribir de Baroja en Desde la vuelta del camino antes la había de algún modo visto plasmada en algún escrito de ciertos adolescentes y me había parecido terrible, mas ahora soy yo mismo quien la echa para adelante. Pero bueno, que sí, que escribo de poemas cuando me apetece aquí y cuando no allí, y no se hace en principio intercambio de ambos. La apetencia de que así sea es la esperanza de que la sentencia de Ovidio cierto día pueda dejar de aplicármela, aunque eso me parece difícil. Aun así, he visto sorprendentemente que este mes unas pocas veces se metieron al blog desde los Países Bajos, cosa curiosa, y así ha sucedido otras veces desde Suecia, Portugal, Estados Unidos, Ecuador y, especialmente, Alemania y Gran Bretaña, hecho bastante inesperado. No es que pueda cantar victoria pues entre todos sumarán un escaso puñado de visitas, mas en cualquier caso, para la calidad de esto, no está mal. Con todo, si me quejo es precisamente que en virtud de la sobredicha histriónica personalidad que en verdad tengo esperaría algo más de búsquedas por parte de quien sí me conoce, particularmente dada la circunstancia de que no hay quien no haya por una vez buscado el nombre de alguien por Internet en busca de alguna información. Supongo que nadie me buscará a mí, e iba a decir que con razón, y es posible que desde luego, que para qué querrían, pero sin duda se sorprenderían al ver que tengo bastante más disponible para sus mentes curiosas y chismosas que quienes se encuentran tan presentes en redes pero que solo publican, digámoslo así, cosas del día que a nadie  importan verdaderamente más que a los enamorados, que se tragan lo que sea de sus amados o amadas, aunque sea una vida insulsa y unos comentarios estúpidos. Aquí que hay poemas de amor y cosas por el estilo, pues qué sé yo, aunque no me tengan ni interés ni cariño, al menos sí algo más de risas podrían sacarse de entender un tanto que yendo vez tras vez a la foto seca, muerta como lo están esos irreales píxeles, de a quien narices acudan ustedes, pues si está en su posibilidad, así lo harán cuando estén aburridos, incluso aunque su vida sea lo más magníficamente entretenido. Y en cuanto a los propios poemas, a pesar del estilo jovial del que ahora mismo he hecho gala este ratico, son insoportables nuevamente, y fueron como un exhalar la pesadez de un alma abarrotada de envidia, una envidia siempre producto del mismo hecho. Qué sé yo, en verdad no soy una persona tan envidiosa, y me contengo con una moderación y templanza de que otros no podrían desde luego jactarse, pero cuando escribo poesía parezco un macho en celo y atado a una pared ante el discurrir de su imaginado, y más que nada imaginado, paraíso. De nuevo, qué sé yo, vean ustedes lo que quieran ver, no van a ver lo mismo que yo ni lo pretendo ni desde luego sería positivo que así fuera, aunque no dudo de que casi cualquiera haría una interpretación de ellos más aberrante de lo abominables que en todo caso pudieran llegar a serlo. No les diré que los disfruten, porque son un rollo. Como para quejarme de ser un histrión encerrado con llave en su casa, si es que qué pretendes que salga de esto…

Preludio

Hendía la ciudad su banalísima prosa
en las entrañas de aquel sueño turquesa,
como el cristal traslúcidamente sepultado en su vaivén
respiraba cual hipnótico disparate,
enterrado en la ceguera,
alcantarilla doliente solo durmiente
en el iba y venía del casi olvidado
máscaras del trofeo.
Torna, hombre, al felino nocturno la noria grotesca
tras la valla o la cesta fútiles,
hombre.
Toma la reja, tómala ya
cierto que el sueño abarca el precipicio enfermizo.
Así, así
así el esqueleto arrojado al vacío se revuelve en la tierra:
¡oh, tierra iluminada por los rayos de Luna!
Calla, calla como no supliqué que callaras
ahora que tu gritar se hizo desaforado
incluso en las raíces del neumático púrpura.
Toma, toma el liviano espíritu que del hendir
huya en sus reflejos bermejos como espadas.
Toma, no, no toma sino tomas
el duelo anacrónico en el delirio amistoso.
Oh, recóndita fosa común donde yace
el segundo lunar pasado en su lengua de luz.
Oh, oh del oscilar perpetuo de esta carga
a la par que el estiércol cae gota a gota sobre la testa.
Oh, oh, oh el bosque, el bosquecito fresco
en su momento físico tan completo,
¡oh!
Si solo supiera del rayo de luz las ondas telúricas
aspiraría el rojo pasión que refulgía como la Luna.
Oh, Luna, Luna siempre cayendo al mar
de la mano del atrevido Sol;
oh, Luna, Luna y el rayo que arroja al corazón
también en la mina de rubíes enquistada en el otro.
Adiós, rayo de Luna.
Sigue rotando como rota el gusano perdido
en la base de la ciudad que hendiendo su espada
alimenta como las arañas la inagotable obsesión.

Qué va a decir

Qué va a decir,
si yo soy como el guijarro apagado de la calzada romana,
como la salida de la ciudad entre gafas rosas,
como el pretexto del mar el día de dos jóvenes,
si yo soy y quizá seré
como la escoba y el polvo el día de verano,
como a quien toma el semáforo rojo al suyo solaz,
como a quien duerme con los ojos abiertos
pensando la estatua ser observada,
presidio de un cementerio invisible.
Qué, qué va a decir, alma mía,
si el disfraz ni siquiera porta,
si de la creencia el pilar es arcilla mojada,
si del plegarme a Dios en alfombra tórnome,
si de suplicar el mísero escupitajo recibo la más negra lluvia.
Qué, qué va a decir
cuando el sentir de uno es la cadena de su vida,
cuando al agujero se arroja en espiral día tras día,
cuando el teatro se hace célere y vivaraz
solo por el qué va a decir.
Pero nada dice.
Qué, qué va a decir
si yo digo cuanto dice quien masacra
los anhelos de una Luna llena.
Qué va a decir
si mi pluma es la sola palabra en el silencio
que nunca llega a quien jamás dirá.
Oh, insoportable filme
al que penetra vez tras vez la luz en su nieve.
Sí, la nieve intempestiva que aconseja.
Aconséjame ahora en la espera, Dios mío.
Qué va a decir. Qué va a decir…

La inercia

Es la rosca inmediata a la que tiende el infeliz pasado.
Disfruta de sus joyas en él enquistadas
y verás el disfrute de una idea
cuyo tronco inextirpable hunde su causa
en la mecánica más prehistórica.
Pero te verás arrastrado como el río por la piedra,
a merced de la pisada cruel restando
el camino vital. No, no, no es como el valle.
Es siempre una montaña minada de pozos.
Pozos cuya sed de ese zumo que es la esperanza
parasitan el anhelo de…

Es incomprensible.
Ahí apesta como el tonel rodando sin causa física,
subsumiéndose en el océano de la superficialidad
como gota de aceite vibrando en la garganta.
Vibra, vibra, nudo mío, como lo hace la guitarra
nunca templada y advertida de la inercia,
oh inercia que al pico buscas aspirar una vida
donde solo queda nieve y hosca palabrería.
Entretanto consumes y consumes agotándola.
Oh, inercia, un respiro al bajar de la loma
o del soto nunca en armonía.
Ay, pero nada, nada es que pueda ofrecerte a cambio
ante la vaguedad y la cobardía.
Oh, con lo poco que es el viraje.
Quizás un día.
Quizás.
Eso dije, un todavía no.
Un todavía no.
Entrada directa al centro de gravedad,
catapultándote hacia el mediocre discurrir
por unos dientes, unos dientes.
Mírate un poco, inercia querida.

Crónica de un latrocinio anunciado

A las cuatro.
A las cuatro doblarán las campanas
del atraco a ese prieto fluido
que recorre en huida de tus venas.
Gemirán en tu sordera y al púlpito accederás,
mas su eco retumbará como la horca
semanas y semanas de ahogo ancestral.

A las cuatro.
A las cuatro el clave llorará tan presto
que sus lágrimas atravesarán sin dolor tu cuerpo,
mas las heridas gangrenaranse, pútridas,
cuando la cabeza eche su vista atrás.
La homilía pasada a nefasta broma olerá:
incluso las alas podrás saborearlas
en toda su esencia exquisita
volando tan, tan lejos de ti.

A las cuatro.
A las cuatro esa fina reflexión del azul
que en tu mente rebotaba cual Iglesia romántica
las sábanas viejas desvelará,
en durmientes perlas acogidas por el libro
que no abierto desconoce el genuino brillar.
Sus páginas cubrirán de oscura tinta
la última hora como tú no lograste
el espejo pulir en la fingida dicha.
Las tinieblas ¡qué claras se tornarán!
¡Cuán diáfano el oscuro, oscurísimo diente
clavado en el monte lunar!

A las cuatro.
A las cuatro el escarlata, ¿rogará
el reverberar ventoso de su verdad,
o preferirá el tierno mordisco
solo en su silencio, en su silencio tan tranquilo?
La escena, el par de histriones, la luz marchita,
la flor ajena, Dionisos gozoso, el libro cerrado:

A las cuatro.
A las cuatro.
A las cuatro el techo se desplomará
consumándose el arrebato invisible
de aquella fuerza inhumana,
presión del batallón bajo el morado oculto.
Oh, oh, oh, advierte la desdicha de la cúpula
que predice el reinado clandestino.
Oh, oh, oh, inhala al fin el fuego
que la de tu cuerpo pira invade el cosmos entero.
Siente la verdad cruda a las cuatro,
a las cuatro encendiéndose la hoguera ajena.
Las mudas estrellas en ti imperando,
los rayos besando tus finos labios,
tus cabellos en anhelo de la fresca brisa:
la verdad a gritos del castigo propio,
las espadas engullendo la carnosa joya,
el espíritu esfumado a la misma estratosfera:

A las cuatro.
A las cuatro.
A las cuatro, a las cuatro quedarás sepultado
bajo la esmeralda fugaz de tu único deseo;
a las cuatro, a las cuatro las luces apagarán
de la falsa película los rayos de la idea purísima;
a las cuatro, a las cuatro el establo
al aire más liviano aunque engreído en su cian
esculpirá la figura del animal sagrado;
a las cuatro, a las cuatro la escalera al paraíso
robarte habrán como nunca fue tuyo,
como siempre fue suyo como el rayo de Luna.

A las cuatro…

El verdadero peligro

Escucha hay algo que no debes olvidar Escucha
Desde el sendero brillante viste la acera
oscura oscura como los caracoles
Sí Pasaste de largo centrado en el verdor
de tu flor propia pero no miraste
La sombra seguía seguía en su caparazón absurdo

No lo imaginabas como no imaginabas
que ante el agua reflejada y el estiércol alucinado
eligiera ay sí eligiera
Pero imaginar sin rozar el peligro
pensar en la esfera tan clara
en la esquina tan rugosa
en las manos tan trabajadoras honrando el mimo
es olvidar cómo la suciedad vuela y vuela tan bien

Un día ante el globo terráqueo extasiado
verás los continentes moviéndose
moviéndose al margen de ti y de tu estudio
Escucha no es cierto o quizá sí lo sea
mover las aguas es anterior a pretenderlo
El mono fugaz supera al cerebro no fingido
en la anarquía persa Escucha esto hizo falta
Escucha porque el verdadero peligro es
como los caracoles caparazones verdores
monos puliendo su fina piedra
cuando menos lo esperas tu blanca bandera
ante el compañero de armas así por débil
que después ya no es porque es estatua
y humilla humilla humilla con la mente nublada
cómo pudo en el bosque habitar así la mirada
cómo cómo es incomprensible la risa después
el caracol el caracol no sé si repite

Escucha que no te pase Escucha porque duele
duele como el péndulo inesperado cayendo del cielo
Abraza el catalejo y toma pues siempre hay ranas
que en el estanque toman de Asturias el partido blanco
Ay ay ay y luego el mar y el mar y el estiércol en el mar
qué si no el riesgo Tómala pues se acabó la tragedia

Y el poema de hoy en tono bien distinto. No sé qué van a ustedes a pensar, pueden interpretar tantas sandeces, tantas sandeces… Pero no la mayor de ellas, no la mayor de ellas, se lo aseguro.

Neo-Lulú

Avista de la calavera el cráneo
como mocoso el palo indagando.
No sé qué ver.
No sé qué creer.
Recuerda a la sonrisa bronceada por el sucio tostado.
El sucio marrón.
Sí, aunque también al restaurante,
al fino restaurante de la venda de muerte
cual oscura y al acecho madriguera.
Mira, mira, tiene un algo de primate disparatado.
Casi como un cohete,
deseados volcanes como el fuego de un cohete.
No, no, pero baja de nuevo
y observa a la prehistoria en su expresión
caótica, depravada como unos colmillos.
Fíjate, fíjate en el dentista acuñando su robo.
Y esos arcos carnosos, quizá neolíticos.
Sí, su telar olerá a animal.
Como ese brillo del agujero, son como un tanque
rodando si bien lo miras.
Y vibrando en su falsedad analízala.
Ello en la hoja más cavernícola.

Observa, observa la explosión:
la punta de payaso,
estelar como un codo
(ay, pero espera, es un brócoli
un brócoli que delata al hombre).
Sí, quizá como un hombre.
Pues vaya si así se mira,
como dos lagunas profundas, desesperados cuencos.
Y qué de la erosión tan marcada,
pasado de un desierto tan pasado.
Es como un arrecife enjuto, un cactus rojo, sí, así es.
O un monte que a sendas cataratas lentas,
calientes, densas como el tocino deja caer sus pliegues.

Son como bonitas dunas
en magistral ondulación por la física traicionera
al hueso pegadas, falso y perecedero pegamento.
Toma, toma, imagina el cielo tan tierno
y pequeñito pero poco manejable.
Es como una mentira en la osamenta.
Una máscara que no se sostiene,
y el sudor, y el sudor brotando del ahogado cuero.
¡Qué cuero más granadino!
Casi como los Reyes Católicos se te ve,
lo que apena pero no mucho.
No, no, mejor no imaginar. Pobre.
Pobre río. Pobre vegetación. Pobre mundo.
Sería motivo de mil cementerios.

Contempla el conjunto.
Se figura un cuadro surrealista donde
camina el elefante por el basto morado.
Dos cápsulas que lo ocultan todo.
El mundo entero.
El resto nada importa, y de ahí el sueño de la cabra.
O igual es cierto, lo más cierto, como la droga
que blanquecina inunda el pulmón de bronce.
Imagina el respirar, el respirar acelerado y metálico.
No, no, solo queda el infantil impulso tan verde.
¡Qué verde y qué rojo! Mira, mira, delata
a la presa que es mentira como un paño de bronce.
Mira, mira, es terrorífico, morado bosque,
puerta de Drácula, exaltación blanca como la muerte.
Oh, oh, oh el turquesa brotando de las venas
tan perdidas, ladronas, asesinas, asesinas venas.
Pero es solo la luz.
Solo es como la flor marchita.
Solo es como la paja revuelta.
Una por sus perlas encubierta Maritornes.

Oh, oh, oh pero cuando esas perlas se apagan
el mundo se entristece como un noticiario.
La indiferencia impera, la falsedad, la no presencia.
Se convierte en pared el oyente y en sueño,
en película española el deseo.
Se convierte en barranco la cima,
se ve desprovisto el cosmos de Justicia
y solo puede reinar el egoísta sonriente.
Eso es, observa, observa cómo se agota la alegría:
merecer la pena lo hace al pobre diablo más inmundo.
Las columnas bien dispuestas se oscurecen,
se oscurecen por el brebaje más antiguo
de los que erradican la fe.
Se trasluce la muerte en vida como máscara podrida.
Observa, observa cómo se deshace sin entender.
Pero en la profundidad resta la belleza.
Una belleza incomparable, a veces muerta, a veces apagada.
Sobrecoge al alma.
O quizás no tanto.

A veces pastan las ovejas blancas y nos parecen negras.
A veces son marrones y parecen blancas.
El asco también hunde sus raíces en las rosas,
que pinchan, pinchan ante todo frente a la roca.
Roca grande y tosca como un simio,
un brujo repulsivo como un primate cuasi vegetal.
Oh, oh, disfruta de la repulsión, sí,
disfruta de la deseada repulsión en el arco alegre.
Todo es un teatro. Las perlas lo delatan.
Las ordinarias, comunes como un gato naranja, ay.

Ha sido disparatado como el cráter bombardeado.
Como el rojísimo elástico.
Corre, corre a torcerte como un cable.
Yo también, en la fosa prístina.
En el baile ritual amazónico.
En las placas tectónicas y su dorsal oceánica.
Sí, la olvidada dorsal oceánica.
A veces por no vista en su candor reservado
al ajedrecista borracho,
a veces por calabaza, punta de lanza o utensilio.
Es como del XVII. Aunque se puede coger
como se coge la rojez de un payaso.
No sería, desde luego, cual escrito y pluma de poeta sino quijotesco.

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