Sobre mí

Si de veras hay motivos suficientes para querer desarrollar una pequeña identidad en la red hoy día ―y así lo creo yo―, mi pretensión es lograrla aprovechando la característica que quizás más me ha diferenciado de mi entorno desde pequeño: la extrema interdisciplinariedad. Esto, que en un ambiente universitario técnico-científico ―al estudiar yo el doble grado en física y matemáticas―, no reluce con luz propia por la necesaria especialización que merecen esas disciplinas, espero sí lo haga más allá de las fronteras de la academia. Y no solo, precisamente, a modo de pasatiempo. De hecho, la especialización técnica podría estar a punto de vislumbrar el fin de su existencia en el campo laboral, en un mundo donde la inteligencia artificial pudiera bien desempeñar muchos de esos roles. Quizás lo mío sean precauciones alarmistas, pero estoy convencido de que se necesitarán roles intermedios entre lo científico y lo ético, lo técnico y lo social, lo profesional y lo privado ―como la industria del entretenimiento―. Esta página, y mis proyectos en general, son mi forma de invertir en la adquisición de las cualidades necesarias para un tal rol. Desde ya, procuro reivindicar aquello pretendidamente menos sustituible en el mundo que se perfila: autenticidad, criticismo, calidad, rigor, disposición continua a aprender ―v.gr. estas nuevas herramientas― o cercanía.

Tres proyectos, tres principios

Creación de contenido en YouTube

Escritura

Técnica y academia:
física, matemáticas y finanzas

Aprendizaje y superación

Autenticidad

Rigor

¿Y qué falta todavía?

Esta página web incorporará también proyectos de carácter más técnico; es ese tercer pilar aún no estructurado. Sin embargo, aún tengo que pensar cómo hacerlo convenientemente. En relación a las matemáticas y la física, incluirá trabajos a los que haya dedicado especial tiempo y cariño; en cuanto a las finanzas, quizás incluya un portfolio inversor actualizado día a día con sus rentabilidades desde el comienzo, o los resultados de algún proyecto de análisis cuantitativo con machine learning. Veremos.

La siguiente es la presentación que de mí mismo fui construyendo a lo largo de los años en mi antiguo blog. Quizás les resulte pueril, quizás original, quizás poética. En todo caso, aun asumiéndole un nulo pragmatismo, no puedo dejar de añadirla, con arreglo a la coherencia que pretendo establecer entre esta página web y mi pasado. Yo soy yo y mi pasado.

Nihil sum, sed…

17/6/2022

Es materia de estudio interesantísimo el cómo cambian las personas, o al menos así se me figura a mí. Vean ustedes lo fácil que es a vista de pájaro, quizás una vez ha fallecido la otra persona, determinar los rasgos fundamentales de su personalidad. El tiempo no es ya que lo sane todo, sino que, casi por arte de magia, le da a las cosas la importancia que en verdad tenían. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Una valoración presente de aun lo que no le afecta a uno tiene mucho más difícil sobrevivir como idea certera a lo largo del tiempo que una que se vaya gestando con el pasar de este o, incluso, una vez pasado, sin análisis, el que se formule con un mero pestañear. Echar la vista atrás en relación a alguien —o uno mismo— suele hacernos llegar a conclusiones contundentes y simples, sin que por ello la complejidad quizá tenida en cuenta en el momento llevara a un análisis mejor de la situación. Con el discurrir temporal se pierden los matices, olvidamos y adulteramos nuestra forma de percibir las cosas en el pasado. Interpretamos desde el presente. Pero, de nuevo, quizá ese entramado de sentimientos, iluminaciones, pensamientos, opiniones, deseos o proyectos pasados —y olvidados y adulterados—nos impidieran, en tanto que árboles, ver el bosque. Una vez privada la persona de esa serie de elementos superfluos, resta un estrato que increíblemente sobrevive a todo lo demás.

    Los psicólogos suelen distinguir entre temperamento y carácter. Lo primero se correspondería con ese estrato biológico de la personalidad que permanece invariante, y lo segundo dependería de los hábitos y la cultura de nuestro entorno. Francamente, esta distinción no soluciona la cuestión en lo más mínimo, lo que denota claramente la imposibilidad de llegar mucho más allá en el presente estudio. Cuesta francamente ver qué permanece y por qué cuando sentimos experimentar cambios profundos semana tras semana en nuestro modo de ver las cosas. Esa suerte de «revoluciones mentales» que no son más que una estafa ante el eterno retorno —si es que alguna vez se tornó— de la sombra de uno. Así visto, por cierto, resulta acongojante el vivir, pues si nada hay que se pueda hacer verdaderamente por cambiar, si en nuestro «temperamento» se encuentran disueltas cualidades que rechazamos profundamente, ¿por qué luchar por lo que no podemos controlar? Un estoico diría de dejarse llevar por ese hecho, y no luchar contra la inevitable corriente. Pero lo cierto es que un estoico también diría que, en tanto que aquello se encuentra en el interior —pues nada hay más interno que la propia personalidad de uno—, resulta modificable. Lo único modificable, de hecho.

    Yo de esto no es que sepa demasiado, y solo quería hacer notar que entre el no actuar y el actuar en esta cuestión me muevo yo como un péndulo alrededor de su situación de equilibrio. Se trata de la eterna confrontación entre la abulia y la acción. Yo no puedo entender la vida sin que una de ellas domine en un determinado momento a la otra. Y aunque a priori en mi caso la cuestión parezca equilibrada, lo cierto es que la abulia lleva casi siempre la voz cantante, pues cuando actúo, actúo muchas veces mal, y al actuar mal, naturalmente, el eje acaba desplazándose hacia el lado de la abulia. Pero, al margen de esto, que supongo que será una cosa no tan específica mía, y que todos vivimos en grados diversos, de forma más o menos consciente —pues ahí radica la cuestión, en si la idea de que las cosas son así se encuentra en nuestra mente, bien en acto, bien en potencia—, sí que hay algo en lo que la nota dominante la da, en mi vida, la acción. Quizá la pseudo-acción, si lo prefieren. Se trata de las palabras. Sí, las palabras.

    Disponer una equiparación palabras-vida, como algunos literatos parecen hacer, es una cosa muy ingenua y que pocos suscribirían. Ahora bien, hacer lo propio con una dialéctica palabras-vida, algo así como una dialéctica idealismo-realismo, abulia-acción, fantasía-realidad, ingenuidad-crudeza de las cosas… no soluciona en absoluto el problema. Menos cuando equiparamos realidad al trabajo, al sexo o al dolor, y las palabras al juego, las fantasías intangibles y el abandono de lo material. No. Las palabras y la vida no son una disyuntiva, sino una conjunción. Pero una conjunción, repito, y no una subordinación. Cuando se produce una subordinación, ya de una a la otra o la otra a la una, las cosas pasan a marchar mal. Y en mi caso es así. Cuando el referido ámbito de la acción uno la acaba dirigiendo al actuar desde la palabra —lo cual no dijera yo, como alguno, que es no actuar, pues la comunicación verbal tiene repercusiones tan gigantescas en la vida como cualquier otra acción— y no desde cualquier otro enfoque, surge el problema de que uno se queda anclado siempre al margen de esa secuencia incansable de fotogramas que supone vivir. Los hay que la vivirán, supongo, como eso, una superposición de imágenes caóticamente dispuestas que pueden generar placer o dolor en el receptor de las mismas sin la más mínima cualidad de cohesión entre lo vivido. (Y no digo coherencia porque la vida no es que sea coherente, y buscársela desde la palabra o la razón supone, ahora sí, incurrir en el verdadero idealismo: buscar un hilo, una historia, detrás de lo que no lo tiene. No sé por qué me viene a la mente la Fenomenología del espíritu de Hegel). Digo, pues, cohesión. Pero hilvanar esos elementos en principio no cohesionados supone salirse temporalmente, no de la realidad, pero sí de esa película que son los eventos de la vida. Construir la trama del filme exige escaparse temporalmente de su discurrir inmediato. Y he ahí donde entra el papel de la palabra en juego. He ahí donde se produce la conjunción. Y he ahí donde se da el problema. Así lo expresa Pío Baroja en boca de Andrés Hurtado en la obligada, por imposición estatal, lectura de El árbol de la ciencia, siendo uno de los pocos comentarios del personaje que a lo largo de toda la obra me resulta de veras inteligente.

Si la vida fuera tan fuerte que le arrastrara a uno, el pensar sería una maravilla, algo como para el caminante detenerse y sentarse a la sombra de árbol, algo como penetrar en un oasis de paz; pero la vida es estúpida, y creo que en todas partes, y el pensamiento se llena de terrores como compensación a la esterilidad emocional de la existencia.

Pero la vida no es así. La vida, incluso en su dolor más tremendo, es esa secuencia de imágenes, de fotogramas que de otra forma podríamos poner en relación con el «tercer estrato» que de la autohistoria expuse en Fernand Braudel et l’autohistoire, siendo que los otros dos solo se construyen por la «palabra» y el pensar. Y ahora viene el enlace con lo anterior. De la personalidad poco puedo saber yo en relación a lo que se sintetiza con el tercer estrato, y es en ello donde juega tan determinante papel el tiempo y la vista a vuelo de pájaro. De lo otro, de la escritura, sí puedo valorar a mi yo pasado con mayor solvencia, y hace un año, cuando aquí escribí sobre mí mismo, lo hice de un modo que en absoluto me parece adecuado para una presentación de mí. Qué sé yo, hay algo que cambia. Y, sin embargo, permanece en mí la obsesión por necesitar expresar, expresar sin freno alguno; sin cortapisas. El qué ha cambiado, yo lo conozco, pero les dejo juzgar a ustedes. 

2/8/2021

1. ¿Arrogancia?

He considerado que aun cuando quien escribe aquí lo refleja en unos textos de un valor tal, que no merecen ser más que anónimos y olvidados para siempre, sigue siendo necesario, a mi juicio, declarar mínimamente quién soy, y por qué existe esta página en que se encuentra usted ahora mismo, estimado lector. Usted, que no existe, ni existirá. Pues sería excesivo llevar al límite lo que se comenta al principio de mi publicación Sobre la desvinculación escritor-escritos. Un ejercicio de autohistoria (Parte II), y pasar por encima completamente de quien escribe en un ‘blog’ cuya URL lleva su mismo nombre, así como el título gigantesco que se puede apreciar en su misma página de Inicio. Todo esto por no hablar ya de lo estrechamente relacionados que están algunos de los textos que aquí se encuentran, con un servidor; especialmente, los que se refieren al apartado autohistórico —de cierto peso en lo que llevo publicado hasta ahora— como, v. gr., el sobredicho.

α) ¿V.M, alguna pregunta?

2. Arrogancia…

Lo primero que diría es que el gran placer de escribir reside en que nadie te leaUn listillo preguntarame, con razón: ¿por qué publicar entonces? (Y otro me hablará de la vanagloria del estar oculto; la jactancia del ser Nadie). Pero bueno. Al margen de mi pura actuación, de ser un poco un ὑποκριτής —hablo de ello en el artículo Yo. Escritura— , por dos motivos. El primero es que parece más entretenido a uno arrojar su libro de álgebra superior al medio de la calle —de esto, en cambio, hablo en Glosas a la cuestión de la autohistoria (Parte I)—, para que los viandantes se tropiecen con él, antes que dejarlo cogiendo polvo en la estantería. Lo segundo es por ser yo quien soy —como ya he adelantado— . Yo soy Nadie. De igual manera que Ulises empleó astutamente el recurso de referirse a sí mismo como Ουτις, «Nadie», para escapar de Polifemo, aun siendo alguien (incluso siendo ficcional, es más alguien que cualquiera de los contemporáneos de Homero; o sus mismos tatarabuelos, lectores, a no ser que sean ustedes muy ilustres —cosa que dudo, empezando por que ustedes no existen—, o yo mismo, en cuanto discurra un tiempo tras mi muerte, o incluso en su mismo momento: don Nadie), yo diré con buen criterio que soy el genuino 

Ουτις, más que Nadie; más Nadie que Ulises; más nadie que Nada; más Nadie que Nadie. ¡Ah!, y no escribo por no ser nadie, sino precisamente por serlo; porque, como decía Epicuro (bueno, más o menos, porque la frase stricto sensu aparece en Ovidio): bene qui latuit, bene vixit    En cuanto a mi nombre, es, naturalmente, el que veis por todos lados en este blog (interprétenlo, si les apetece, como que soy un burdo egocéntrico: están en su derecho. La verdad es que no sabía qué nombre ponerle). Algo parecido a ser Nadie. Nadie tiene, mientras escribo esto, dieciséis años bien entrados, y no ha terminado ni el último año de la secundaria… Pero considere, lector amantísimo, que, a pesar de ello, alguna de las cosas que aquí podrá leer, no mejorarían en mucho porque cumpliese treinta más: lo pensado, a menudo, se olvida, y creemos descubrir Mediterráneos cada instante de nuestra vida —cuando somos jóvenes, al menos—, simplemente por actualizar lo que ya estaba en potencia, extrañarse por lo que se daba por sentado (lo que para Hegel es la definición del concepto supremo), y dejar de despreciar lo que considerábamos como lo tal (como afirma Platón en el Parménides). Otrosí, resulta relevante destacar que ni lo que sé yo ni lo que sabe nadie lo sabe por sí mismo (¿qué es la experiencia sino algo ya implícito en el mundo, y solo ‘descubierto’, como se dice arrogantemente, por el devenir de los fallos de una determinada vida, que en realidad no es más que el aprendizaje de algo ya en potencia? O, siguiendo a Óscar Wilde, la experiencia no es nada más que el nombre que damos a nuestros errores), exceptuando a unos pocos (que son, de veras, los menos). Luego no parece un excesivo problema el hecho de que a uno lo introduzcan a un determinado tema por medio de los textos de un adolescente, en vez de por los escritos de alguien ya hecho y derecho, siempre y cuando no sean ambos más que una pura correa de retransmisión de lo que otros dijeron, dicen y dirán (si van a malinterpretar a propósito esto, les invito a dejar de leer y no volver jamás a este blog: no tengo que aclarar nada a ningún imbécil; al menos, no aquí. Suficiente ya hay con la vida allá fuera), y, a lo sumo, intérpretes de esos mismos contenidos desde coordenadas propias —que es fundamentalmente lo que hacemos aquí—. De lo que se deduce, por cierto, que no solo soy yo aquí autor, sino también intérprete o transductor (por si no les suena en absoluto, estoy haciendo referencia a las cuatro formas de materia literaria propuestas por el crítico —no muy santo de mi devoción— Jesús González Maestro: autor, obra, lector, e intérprete o transductor).     En cuanto a por qué publico, más allá de lo ya comentado, aquí responderé desde un punto de vista negativo (para en el siguiente hacerlo desde uno positivo): porque nada me hace pensar que no deba hacerlo. Ni el ser joven e ignorante y no haber propuesto aún nada nuevo; ni la certeza de que soy menos que nadie; ni el saber que nadie va a leerme, más que alguno, puntualmente, forzado, por mí, a ello; ni el hecho de que mi estilo de escritura es a veces insoportable, ni muchísimo menos el potencial hecho de perder cierta «privacidad» (lo cual ya sería particularmente ridículo de decir, siendo que existen las redes sociales) al publicar lo que me da la gana (a veces, sin que esté de acuerdo siquiera con lo que estoy escribiendo) bajo el paraguas de mi propio nombre. Todo eso me ha dado igual, porque los beneficios siguientes superan con creces todo lo dicho.

β) ¿Qué persigue vanamente un caminante?

3. ¿…gante? 

Principalmente, se trata de una pequeña «inversión» a largo plazo. Se trata de poseer algo distinto respecto de mis futuros «competidores» («la mejor defensa es no parecerte a ellos», decía Marco Aurelio; aunque bien pudiera ser de Paulo Coelho). Una vaga carta de presentación, para cuando vaya sumando más años, y desee 1) Comenzar a publicar escritos en páginas más serias. 2) Poseer una huella digital, por minúscula que sea, que me resulte favorable a la hora de encontrar trabajo y relacionarme con personas a través de la red, demostrando que no solo soy medianamente capaz en aquello a lo que voy a dedicarme (la física y las matemáticas), sino también en asuntos desvinculados, a priori (demasiado a priori), de aquellos, como sonlo la filosofía, la literatura, el arte o la historia (temas a que pretendo dedicar mi blog los próximos años, con añadidos de las dos primeras disciplinas, cuando ya posea un nivel suficiente en las mismas). 3) Tener para mostrar un amplio catálogo de textos escritos desde bastante joven. Luego, por el lado del momento presente, se trata de un incentivo a la hora de prepararme de mejor manera los temas a tratar, y ordenar más coherentemente su exposición, así como de la posesión de una pequeña «marca», por ridículo que suene, en Internet de quien yo soy (también una manera en que se me pueda encontrar con relativa facilidad —dado que no tengo redes sociales— y emplear esas personas mis textos con total libertad para informarse de lo que hiciere falta). Bueno. No de quien yo soy. Espero, en todo caso, que de quien yo seré. Ese individuo contradictorio respecto de mí mismo, y que me es ajeno… aunque no totalmente… y a quien tendré que atar mi vida cuando yo esté muerto… ¡En fin!

γ) ¿Se vende?

4. Paulo Coelho: Un arrogante serás en la arrogancia…

De lo que hablo aquí no es que tenga idea alguna. Por tanto, no puedo ofrecerles seguridad de conocimiento alguno. De lo que hablo tampoco puedo asegurarles que esté de acuerdo con ello, pues quién sabe si es un mero ejercicio sofístico —no digo esto por hacerme el interesante: ni siquiera yo sé cuando estoy de acuerdo con lo que escribo. Ya me da completamente igual eso de estar de acuerdo o no con las cosas. Es un asunto bastante infantil—. Tampoco les ofrezco nada legible en muchos casos —véase el caso de Álgebra del amor pardo: manifiesto del pseudodesesperismo—. En una palabra: no les ofreceré ninguna confianza ni seguridad.    ¿Entonces, de qué sirve a un lector lo que aquí está escrito? Pues así, en principio, le diría que de nada. Pero bueno; si tuviera que venderme como una prostituta del pensamiento, diría que quizá encontrarán planteamientos «nuevos» respecto de asuntos que quizá jamás nadie ha relacionado nunca, aunque bastante disparatados y delirantes en algunos casos; y también, por otro lado, algunas cuestiones relativas a mí mismo (especialmente lo de la «autohistoria», o sincerísimos y valiosísimos y gallardísimos y garbosísimos poemas por mí escritos). Claro que esto segundo —lo de las cuestiones relativas a mí mismo— no interesa, ahora sin temor a equivocarme, absolutamente a nadie. Y si hay a quien le interese algo de mí —que los habrá, por ser yo persona, naturalmente—, a buen seguro tendrán mejores maneras de «completar» ese «interés», en un caso, o simplemente saber de mí, en otro, que leyendo estos escritos. De modo que dejémoslo, casi exclusivamente, en lo primero: planteamientos más o menos novedosos en algunos asuntos. Suficiente.

δ) ¿El gran placer de escribir reside en que nadie te lea fue en tiempos de la Gran Dolina una frase boba?


5. Nietzsche: ¡Ah!, la bendita arrogancia…En efecto, todo lo anterior fue un burdo modo de autojustificarme, pero la presentación de mí mismo había de ir en consonancia con el único modo de restar importancia a las cosas: el humor. El humor referido al hecho de que no voy a importar a prácticamente nadie a lo largo de mi vida, y que no voy a, desgraciadamente, escribir nunca nada que interese realmente a persona alguna. Este mismo sentimiento, empero, se hace más llevable en mi caso, con el simple hecho de entender que las cosas que vaya escribiendo no van a permanecer en un cajón, al publicarlas en un espacio, Internet, que probablemente me supere también tras mi muerte —aunque para tal momento será aún menor el interés que pueda adquirir lo que escriba—. De modo que no expongo en realidad razón alguna más que la de que me siento un poco más reconocido al publicar lo que escribo, que no dejarlas en exclusivo para mí mismo —cosa que, en cualquier caso, relego para la mayor parte de esos escritos—. Et valē, amici (et amicae). Que tengan un hermoso día; y ojalá puedan volver a vivirlo.

6. ¿Arrogante?