Cuadrado blanco, cuadrado rojo

Vinieras a hundir la fina lumbre acoplada al borde: proyectado un haz, así, como una espina a la espalda. Anda: una mancha, quizás oscura, delta de estrías, barrancos. Supieras, ay, que fueran solo sombras del redondel del que brota cada guarismo. (Sí: el nueve solo imita el espectro cuyo sostén vive en esa mancha tuya, tuya culpable). La primera cifra, centelleante, ancha, se vierte sobre el plano: ¡no la vimos, pero ahí quedó siempre, allá donde la diagonal interseca con los barrancos! (Ayer, proyección de una lengua). Sin protección, fulguran las cuentas al renunciar el borde, deformación ya de cinco pesas. Anilladas, pequeñas sendas perdiciones, al fin símbolo de Malevich.

Un cuadrado, abollado por la izquierda, sabes si blanco o rojo: no cualquiera. Quizás le conviniera detentar  un majestuoso «el». «El cuadrado», que no es determinado por existir, sino por ser la consumación del sueño, la quintaesencia de la abstracción, a saber, tornado en rectángulo donde anda recio lo purpúreo, un par de brazos, que vienen arrastrados, con la huella de una carreta: la estela de una barca sobre el mar, así es (no) el triángulo, (sí) el plano, baja, baja… Casi parece sangre lo geométrico, casi la nada más absoluta sus fronteras.

No deja de ser la representación apolínea pura. ¿Por qué esta sobriedad? ¿Por qué este bicolor en la representación de una figura que oscila frenética del corazón al plano, del plano a la extinción? Tuvieras la respuesta, entonces: no, en mis sueños. Solo la obtuvieras: entonces, realmente, no es Amor, es Muerte. Y nada puede haber más muerto que la frialdad. Un teorema es la extinción suprema a que conduce el vino, un lienzo en blanco lo más que decir sobre el mundo cuando, al fin, la mancha se extiende y no quedan ya bordes, sino concavidades y convexidades armónicamente sucesivas sobre, dijeras, el cuadrado.

Hete aquí que, observa, observa al pintor lanzando, gritando, arrojándose sobre su cuadrado, embadurnado de la más blanca pintura: echando botes de blanco sobre blanco, destruyendo el blanco con la blancura. ¡El blanco desparramado por el suelo del mundo, todo el mundo cubierto de blanco: la tierra, elipsoide blanco! Así bebe el pintor de cuanto le es rojo, como mente obnubilada por la fricción del rectángulo con su brocha. Esos finos hilos, 1+1=2, pues bailan, bailan a veces gritos (el 7 se enrosca con el 3, el 8 con el 1, el 6 con el 9): el viento que los sacude, proyección de la misma esencia de lo abstracto. Anda recreando sobre su propia revolución, sobre su giro propio, la música que hace levantar las cortinas, juego de luces, lo apolíneo se agota cuando lo suprem…

Vinieras, un día, a regalarme un cuadrado rojo. Un cuadrado rojo. ¡Qué tiempos más banales los aquellos!

Camisa blanca (18/6/21)

Mil planetas, una estrella, y un arpa.
Brillas, tomando por objeto mi alma;
¡una luz! Y el oro…

Nieve, ¡y qué llama la enciende!
Ay, ¡ay! Y solo… e imposible:
infinita melodía, muerta
solo en tu noche.

Camisa roja (18/6/21)

Díjome de ser mancha roja;
respondile de serlo un cristal.
Rogome ser sangre roja;
durome el corazón verla. 

Llorome sin lágrimas. Roja.
Mojé yo las suyas sin serlas.
Vínome, y hablome a la roja.
Fuime yo, tumbada ya Troya. 

Me la vi puesta: ¡nada era; solo roja!
Con sus letras en ella escrita…
Y del soñar pareciome roja,
¡y ni un amor…!

Muerto: soñando por de rojo verla.
Solo a la mía acudía, ¡ecos!
Tú, yo, aquel, otro: ¡todos, a verla!
Verla, que no es, ¡que no es más que verla…!
Verla, y roja.
Verla, ¡que es su ser mismo verla,
aunque no se la vea! Roja…

¿Qué sentido tiene? ¿Qué sentido tendría esta evolución? No tiene sentido, pero tampoco lo tenía entonces. Algo había de vida, empero. Alguna esperanza. Una camisa. Una cualquiera. Sin merecer el estatus ontológico de «la». ¡Habría más! ¡Estarían por venir, como esas que cuelgan ahí! Sacudidas sobre la ladrillera roja: un oscilar, pero sin compás, con el compás del azar. Ahora: en cambio, la aridez. La sequedad solo libertada por el sueño. Las sacudidas luminosas solo en el caso del pestañeo, no las pestañas, rosas, sobre el cuadrado (¿rojo, blanco?, ¡lo mismo da!). La vibración ya se capta en su conjunto, el cuadrado es el cuadrado. Nada más. El… El cuadrado.

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ADAGIETTO

Y allí, en la maquinación diurna, en trance de algún aséptico desplazamiento, una rememoración futura de algún día, alguien cuya muerte no se asume. Claro, llegará el día en que el tiempo, el sólido gris de la conversación, vire hacia una excelsa revolución: belleza, justicia, verdad. En ti que no mueres convive, aunque en la adolescencia solo hubiera gris tintado del relato sobre otros. Para más inri: de belleza, justicia, verdad, a lo único relevante: belleza, belleza, belleza. Tras del encuentro ocioso a lo Anna Karina, desempleo, tú abandonas tu llamada telefónica, yo abandono mi opereta, y danzamos de la belleza, belleza, belleza al Dios, Dios, Dios, única escapatoria a la cadena en rotación: al hombre solo… y las cuestiones técnicas. Sí: pero también que la fugacidad de la vida se resuma en no sobrevivir, sino vivir de esa caverna que obnubila al arando la nada… 
    Un café, un té, sin adjetivos, entre nubes y cristales: un poco más caliente, por favor. Un poco más de azúcar, por favor. ¿Recuerdas?, diría, ¿recuerdas? ¿Cuando, joven, la ilusión dio a caer sobre tus campos?

Oh, egoísmo mío, que me inclina a creerte víctima de ti misma: simple, simple: no beberé jamás de esas aguas. Jamás beberé de esas aguas.
    Asunción: simple, simple: pero esconde la infinita asunción de la vida.

Algunos críticos del capitalismo, sin embargo, máximos comerciantes en el mercado del deseo. ¿Acaso es distinta la ὕβρις pecuniaria de la sexual? No hay ninguna duda acerca de la belleza, belleza, belleza: riqueza, riqueza, riqueza. El Universo movilizado en lo infinito. En cualquier caso, usan su fuerza. La fuerza de la seducción, desconocida timidez. El ser humano abraza la nada: por eso se abraza a Mahler, al análisis funcional, o a su amante… El pensamiento importa tan poco. Es el más elemental narcisismo. Visto desde las cumbres, desde las nubes, son unas nubes, unas cumbres tan pobres, tan insulsas… Y, sin embargo, con el Otro, las cumbres, las nubes, se vienen tan, tan rápido: cuando el Otro corre sus tintas por encima de la suciedad de la nieve, de las vaporosas fantasías de Orión, solo queda una carrera; corredurías de la bolsa, sí, pero también, Liria, corredurías en coños conjugados en tercera persona.

Al fin y al cabo, de sesgos vive el hombre. ¿Por qué una fijación, y no otra? Una mera estafa. Un mero producto publicitario, engañoso: ¿Quién lo vendió? ¿Por qué lo venden los padres? ¿Por qué los otros?: Aburrimiento. Los niños, al fin y al cabo, reconstruyen a partir de cualquier conjunto una historia que les involucra de lleno en su devenir. Perdida esa cualidad, viene el aburrimiento. Y el aburrimiento se convierte en el fin en sí mismo para el hombre ateo, engreído, supuestamente desengañado. El intelectualoide, al que le premian, que sin embargo sabe que su producto es una mierda. 

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Cuando la figuración resulta imposible, cuando solo se incurriría en músculos morales, saliva salpicada sobre un rostro que la huye; cuando el habitáculo olvida su olor y pervive solamente la neblina de sus paredes: ¡entonces solo pueden sobrevivir el problema de Sturm-Liouville, el suprematismo, el mísero cuadrado rojo! La significación de ese arte es precisamente ella: la caída de las bolsas más allá de los dientes, cuando el Amor es dicho. Dicho. Aquí no se dicen las cosas.

¿Qué significa?: ¡ay, eso preguntáis! Eso, cuya significación reside precisamente en la carencia de contornos propio del sueño: la imposición apolínea sobre el material onírico, a saber, sobre lo ilimitado, el púrpura del que brota una áspera colina, tan árida en su significado como húmeda en lo dicho; ¡eso, eso me preguntabais, y yo digo «prefiero taparlo»! El cuadrado es la tapa, es la estructura a la que confío la no vista. Prefiero siempre no ver: de la mancha efervescente sobre el cuadrado perfecto, el rectángulo, calculo otro brochazo, pues hierve la pintura del triángulo donde lo enclaustran. ¡Ahí surge, mirad, con aparente magia, con el solo posar de mi observación, de las plumas, del arpa lejanos, los del Ello primordial: mirad el recubrimiento de la más pura Nada! ¡De la Nada sobre el enam…! ¡Fie…! ¡Mi…! ¡A..!

Y del cuadrado fuera al cuadrado, si de ahí lo ves: del cuadrado en la noche al cuadrado en el día, en sus sueños, en su admiración, en su trabajo, en el Amor, en la Muerte. Siempre la misma homogeneidad: «No te…». «¿Podrías por favor…!». ¡No puedo! ¡Solo esto sé dibujar con mis propias manos! ¡La abstracción, la canalización de lo universal por medio de lo particularísimo! ¡La geometría vuelta del revés: tu …, lo universalísimo, mi …, lo particular! Como escultura, como erección misma de la bandera que ondeas ahí, en las bastas lejanías de las trompetas, escupiendo pintura, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca, roja, roja, blanca, blanca: negra. 

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