¿Me preguntas a mí? ¿A mí me preguntas, que de «esto» no recuerdo nada, que de «mí» no sé sino decir que se trata de una palabra importada? ¿Es una provocación, acaso? ¿Te burlas de quienes de veras no saben de dónde vienen ni adónde van? O quizás algo sepa… ahí recuerdo un día suelto. Otro día suelto. Cuatro memorias. Cien. Mil. Pero parecen nunca acontecidas, brillar como estrellas que explotaron hace millones de años… Y todavía existe la duda de si algo acontecido en el pasado es de alguna forma. Esa estrella, desaparecida, como pensamientos y vivencias, ¿acaso es de algún modo? Ahora te digo: ¿acaso me preguntas a mí por verme tan liberado del pasado cuanto que ni siquiera sé lo que es el futuro?
No sé hilar ideas, no recuerdo qué acabo de escribir. Solamente recuerdo que querías ser alguien. ¡Pero qué sacrificio tener que hacer el esfuerzo de recordar tu futuro, el «yo» que construirás! ¿No es más fácil habitar aquí, en la muerte, en el olvido, en la fosa oscura de la automortificación que tanto deleita a la vibración de esas cuerdas…? Porque sí, las entrañas son como cuerdas que a uno lo ahogan, le atan a un deseo, lo cuelgan de una farola, lo elevan al cielo o le arrancan los intestinos, a veces brutal y mecánica, pero a veces tan delicadamente… Creo haber dicho ya esto. Serían sueños. Quería decir estúpidos sueños. Y diré estúpidos sueños.
Al recuerdo tras el olvido lo caracteriza la repugnancia, la vergüenza, el asco más corporal: las ganas del querido compañero en el camino a las escaleras… En los vastos jardines sin aurora. ¡Sin Aurora! ¡Sin Aurora! ¿Cómo se define la Aurora? Sórbela, eso te dice el olvido. Sórbela ahora mismo. Un helado de Harakiri de quien la nobleza sabe solo cuentos de hadas. Volando y volando, de carro en carro, simulando ser Dios donde la luz son dos pequeños bloquecitos que excitan la frenética oscuridad. Eres la Guerra de los Treinta años entre astros y mujeres, bolas de gas y polvo; sorbiendo la aurora solo las inflas, como el infinito recorre tuberías, estremeciéndolas cual tan divino saco de nervios.
Así es la locura del olvido. El recuerdo es… tuberías de grafito, bombillas de fusión, la Tierra tornada en activo financiero, presente, presente respirado hasta la gota de una sucia hoja del parque. Recuerdo es putrefacción contemplada, no deseada: otoño siempre templado. Recuerdo eres tú en tu travesía. Recuerdo es la renuncia, el haberse ido, el siempre cuidarte, la lentitud, el invierno, el piano, carreteras como estalactitas, corazón congelado en Navidad: ¡Ja! ¡Dónde está el recuerdo del olvido! ¡Dónde! Te olvidé: eso dice el recuerdo. Al fin, la y te olvidé. Pero no me olvidé. Eso dice el recuerdo. El recuerdo también dice maldad, dice ignorancia, dice despojos de un alma hecha jirones en las zarzas agudas. ¡Zarzas agudas! ¡Zarzas agudas! ¿Cómo se definen las zarzas? No arremetas con la cabeza en ese acantilado infesto. Eso te dice el recuerdo. El olvido dice, ven, aquí, ahora, no necesito a Dios: te necesito a ti. El olvido dice no necesitar, pero necesita más que nadie.
¿Me preguntas a mí? Pregúntame a mí, y te diré que no seas como yo, con un corazón tan fino, tan fino… Dios mío, por favor, no seas como yo: eso te diría. En el recuerdo, y en el olvido… En el recuerdo, porque la obsesión es… ¡Ay, pregúntale a él, que ya no soy yo! Yo ahora habito donde las memorias no restan sino en la cabeza ajena. No tengo padres. No tengo hermanos. No tengo amigos. Solo un lector. Nunca fui: esa es mi mañana. En el recuerdo buscas el olvido, y en el olvido, ¿me pides que recuerde? Pregúntale a él. Huele tan a muerto… está tan seco… Pero respirará. Porque el futuro ya es. Lo conozco tanto como que la permanencia permite la sabiduría, querido Buda: respirará y revivirá. Me acuerdo de ti. Me acuerdo de ti, y lo veo en la gracia de tu rama verdecida. Porque siempre, siempre… y así escribo yo, repitiéndome como el mundo vez tras vez, mar delicado de una melodía que traspasa cada tejido, oh, Dios mío; siempre vuelve, oh Dios mío, otro milagro de la primavera.
Estoy harto de que me preguntes. Y a la vez deseo que me preguntes más que nada en la vida… Quiero que me preguntes. Pero no debes preguntarme. Pregúntame, pregúntame. Pero no me preguntes el día que el poeta cosecha los frutos de la negrura del jornal: saben como la granada de una mente disparatada, la obsesión unívoca de la pluma que aquí habita, monzón que en cuanto jinete clava su espada en el gris metal. Oh, ese avión del color tres que me atraviesa desde que ella y tú exhalasteis la pintura abstracta. No, no me preguntes ese día: No me preguntes nunca. Vas con la inercia del que ya no llora como ahora me inunda el terror del agarrar la cruz inscrita en tus pechos, carga de infinito potencial: esta espiral es un agujero negro, un ofrecer la yugular a quien va a cortarla. Un querer desangrarse en el borboteo de cada nota: un caer indefinido. Por favor. Por favor.
Recuerda por un momento, sí. Esto son solo las huellas de unos pies ensangrentados sobre la roca dura. ¡Roca dura! ¡Roca dura! ¿Cómo se define la roca! ¡Tú! ¡Tú, en tu olvido! Oh, inversión de los polos, superlativa ignorancia: «¿por qué amas tanto?», eso quieres que te pregunten, no lo ocultes. ¡Qué expresión de amor, qué falsedad escrita en las palabras soltadas al viento! No, no es falsedad, es la verdad más genuina que tu olvido torna en… ¡olvido! ¿Quizás recuerdo? Escucha cómo azota duramente la suave brisa a la dura roca: ¿para qué? Eso te pregunto: ¿te pregunto a ti? ¿A ti te pregunto, que de «ti» no sabes sino mentiras que no son? ¿Es una provocación, acaso? ¿Te burlas de quienes no saben adónde quieren ir? Porque no es tan fácil querer algo. Tú te lo niegas. No sé si es recuerdo u olvido; solo sé que hay de por medio oxígeno, tonos pajizos, frenetismo, los despojos de un alma hecha jirones, y una rosa cuyos pétalos das de comer a caballos y yeguas.
Un amigo me dijo la noche de la elegancia: «¿Saber quieres de dónde vengo hoy? Escucha, amigo, cómo has de ir. El más sombrío y triste de los páramos cruza, valle de eternas nieves y de eternas melancólicas brumas; en donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba. Respira bien allí: en ti residiré cuanto tú resides en mí ahora». Sevilla… Mi querida Sevilla: cómo hueles hoy a autenticidad vibrante, amor por todas partes, caída de la Luna por sobre cada Giralda que mascas… El pabellón tenue: ¡bermeja mentira, confesión vomitiva! Eso fue ayer. Anteayer. Tengo fiebre.
Sí. Será un malogrado juego de palabras. Pero es el juego de palabras en que habito. El juego solo va cambiando. Sabes: me da igual que sea un juego. Si la vida no es un juego, que no lo sea. No voy a suicidarme por ello. A todo se adapta uno, así que no me digas nada. ¿O acaso no es cierta la belleza de lo inmaculado tanto como de lo morboso, el dolor del olvido, inventado, artificial, tanto como la enfermedad, natural; la luminosidad de lo divino tanto como la de lo profano, telúrico, sucio, cada gota que salta de uno y de los bajos fondos al divertimento animal? Vacuo es Dios como el amor como el fatal mecanismo. Tanto amor es el labio moreno, cejas invernales, pareja del no mirar, como las hojas cayendo el día de España, la melodía tan tierna, el río deslizándose por sobre cada verso…
… No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!
Gustavo Adolfo Bécquer
… Donde habita el olvido, recuerdas… Donde yaces vives cada ápice de terreno, cada árbol, cada lago, cada edificio, cada grito, cada maldita estrategia emprendida: donde yaces olvidado recuerdas sin cesar los bucles, la mente, las persianas bajadas, cada retumbar en la planta, cada risa, cada puñetera caída. No, no, no es en el olvido. ¡Cómo percibo mi gran Sevilla…! A tus lágrimas de pasión vuelvo en la frigidez de cada reacción química: vaivén de la anti-humanidad, final de las ataduras: final de la vida. No… Yo no iré. Sevilla, amado valle en que residen los recuerdos de aquella fugaz catarata de dorados tintes… Cuerpo feliz que fluye entre mis manos, rostro amado donde contemplo el mundo, donde graciosos pájaros se copian fugitivos, volando a la región donde nada se olvida. Tu forma externa, diamante o rubí duro, brillo de un sol que entre mis manos deslumbra, cráter que me convoca con su música íntima, con esa indescifrable llamada de tus dientes. Muero porque me arrojo, porque quiero morir, porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera no es mío, sino el caliente aliento que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Vicente Aleixandre
¿Es una provocación, acaso? ¿Te burlas de quienes no saben cómo volar? ¿Te burlas de entre quienes no fluye más que la sangre encendida del olvido…? Cuando te olvido, me recuerdo, y cuando me olvido, te recuerdo. Dónde resides… dónde… pues donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada entre ortigas no habrá el altar que juntos construimos la noche de la nada… Dicen por ahí que «lo fuimos todo»: nada, la nada nadando entre cada par de lápidas, pálida escena sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. ¡Insomnios! ¡Insomnios! ¿Cómo se define el insomnio! El insomnio es el recuerdo tornándose en olvido, la vida y el sufrimiento tornándose en vergel soñado, muerte plácida. Es la historia cuya timidez no aflora sino en la flacidez de espíritu, el olvido de la definición. ¿Me preguntas a mí? ¿A mí me preguntas, solo porque tengo un sentido, aunque no sepa cuál es su final? ¿A mí me preguntas, que sé hacia dónde marcho sin saber por qué? ¿A mí…? Pues yo te lo diré: camina. Camina hacia donde mi nombre deje al cuerpo que designa en brazos de los siglos; donde el deseo no exista. Camina allá donde no haya deseo y el más horrible y áspero de los senderos busca. Allí verás la agitación del olvido por persistir, te darás cuenta de la naturaleza del recuerdo: ¡ay el recuerdo! Los yoguis no te dirán lo mismo. Escúchame: yo seguí el otro camino. Por el momento solo encuentro en mí las cimas de un corazón animal, las vísceras del resentimiento, la evasión por el dolor eterno, y la fusión con el deseo… Deseo no es arrojarse: deseo solo es contemplar a Dios desde el Infierno, injusto señor al que siempre verás sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. Escúchame: recuerda. Siempre recuerda. Siempre… Pero sepas que recordar no es el cielo… Mi consejo es la Tierra, la estrella de neutrones. Será en esa gran región donde el amor, ángel terrible, no esconda como acero en este, nuestro pecho, su ala. La apuesta del extremo es complicada… la apuesta por el recuerdo olvidado eternamente, solo el presente inmerso en el otro, la brutal electricidad, el depravado magnetismo… ¡es tanto el cielo como lo es mi infierno, tanto el querer arrojarse al fuego como lamer con terrible dolor cada ápice del mismísimo hielo…! Es saborear la Aurora, el arrebato y la Valentía, la Claridad Celestial, a la misma Virgen María, el calor horroroso que inunda de sudor al Yucatán. Es degustar cuchillos que ser abrazados, es anhelar el suicidio con el amor de un ejército, el paraíso donde se vive sometiendo a otra vida su vida, sin más horizonte que otros ojos frente a frente: ¡es la vida más pura, infinita! Allá, allá donde habitan cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo…
¿Sabes de ese lugar donde conoces residirlo, donde incluso el tiempo se comprime en el compromiso de un hombre, la definición en máximo grado diáfana de una escultura poco a poco labrada…? Donde la perfección existe, nada puede cambiar. Donde no hay cambio, no hay vida. La perfección está muerta. Pero, de todos modos, íbamos a morir. Cuando anhelo ir allá donde penas y dichas no sean más que nombres, ¿adónde anhelo ir? A la muerte, sí. A la muerte. Pero también a la perfección. Donde la máxima presencia se torna en figurarse disuelto en niebla y ausencia se alcanza la muerte suprema, y la suprema sabiduría. Solo queda el camino. El camino neutro, del recuerdo sin olvidos, o el camino de la absoluta polaridad, del genuino ser natural. Cargar con esfuerzo e ingeniería el voltaje necesario para un relámpago que penetre cada infinito diamante, cada luminosa estrella, cada amoroso rincón del Cosmos. Inducir una corriente que alimente la plena salud, la eternidad consumida en el presente. Todo. Todo gracias a una descarga brutal y desnuda: el destello más claro que jamás inunde nada de cuanto exista. El poder absoluto que entraña el responder a la eterna pregunta: ¿Me preguntas a mí? A mí. A mí. Pregúntame a mí, porque conozco la respuesta. Me sé y te sé. No necesito recordar. No necesito recordar: soy puro recuerdo. Puro olvido. Aquí resido, no allá: en la incalculable extensión del globo, aquí en mi mano. Dictador, arrogante tirano, gobernante de un amor inconmensurable para con cada ínfimo ser, cada ridículo intervalo de tiempo, cada maldita flor del espacio. Te tengo aquí, en mi mano. Te he conseguido. Ya eres mía, eterna presencia. Y ahora, ahora y nunca más …
… Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida…
Porque los milagros existen. Y tú eres el milagro. Allá, allá lejos búscalo, pero no reside sino en la definición de cuanto tenías olvidado, baraka de la que el universo bebe para construirse entero. No lo arruines solo por los platillos de la guerra, por los orientales vaivenes, por la moral persa, por las hermosas lámparas, por la luz gris, por el polvo sobre el azul cuadernillo, por las palabras llenas del soplo tan verde… ni por el aliento helado de un abrazo, ni por el orgasmo de la Santísima Trinidad, ni por nacer Apolo, ni por no correr en bicicleta por los campos de Italia, ni por la baja palabra en el burdel, ni por el putrefacto olor a reconocimiento, ni por la estirpe hegeliana, ni por el equipo infantil de suicidas, ni por el mismísimo agua del que brotó la vida… Recuerda el desierto tan seco del que brotó tan esbelto el oasis. ¿Sí? Olvida las sacudidas en la cueva y el recuerdo del oasis. ¿Sí? Sí. Porque sí, sí: Cada rubí refulge y tú ya eres uno con ellos: Dime si es provocación, pues no a mí, sino a ti te pregunto, ¿acaso no es estúpido anhelar lo que ya se tiene…?
Allá, allá lejos… Donde habite el recuerdo.