El frívolo

Acá tan cerca, lo sencillo del ropaje del hombre, resguardo siempre de lo telúrico, cual Atlas, ante el otrora inevitable contacto con la película pegajosa del cielo: la película metafísica, que a uno le obliga(¿ba?), joder, a gritar: a gritarle a “los de allá”, los que no quisiera que viéramos el tal guardia, a saber, muertos, o dioses, que en esencia son lo mismo. Ahora (¿ahora?, qué chiste, parezco un rancio-Chul-Han, —¿frívolo!—) no gritamos, ahora nos jodemos aquí los unos a los otros, jodemos el día y la noche al vecino y a la novia, invitación del hombre al hombre a hacer lo que no quiere hacer, porque sino no haría nada (frívolo Marías, frívolo yo). Hay el mono del boniato, hay el torbellino cultural: el diletante y el frívolo, y no basta seguir contando. Todos acá, “acá tan cerca”, tanto que puede uno oler la tierra siempre seca, el pelo inmiscuyéndose entre beso y caricia, sonoro pedo del músico de todos llamado excelso: ¡qué ruindad la del animal, dice el griego! La pretensión no sé yo de dónde naciente de tornar al hombre en escultura, cuando es experimento del gorila, solo sapiente de la rutina del “Qué día más rico hace”: “Qué”, abstracto, de qué te quejas diletante: “día”, concreto, de qué te quejas frívolo; “más”, abstracto, de qué te quejas diletante; “rico”, concreto, de qué te quejas frívolo; “hace”, no, no hace, de qué os quejáis, diletante y frívolo, si vuestra queja huele al no hacer, al no ser, a la muerte misma: la vida ¡siempre! está más allá de Atlas, no “acá tan cerquita”, o eso nos hicieron creer los griegos. El muerto, o el Dios: “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos.”

No sé de dónde la cruzada al frívolo: ¿el esclavo de Menón, no decís todos que es con él uno mesmo? ¿De dónde, pues, que sea uno esclavo, mas no tanto el otro? ¿Y el esclavo extremo, el profesor, diletante, frívolo, frívolo, diletante? ¿Es la Luna frívola o diletante? Me río de ti. Sinceramente. Captatio porculera. ¿O frívolo, diletante? Que no se oponen, no, selo, pero escogí estas palabras por frívolo, diletante. La enfermedad cerda del intelectualoide, que siempre es oide, como el caso concreto frente al eidos platónico: frívolo siempre, diletante siempre. Aun así, algo de cierto obsérvase en que lo cansino del “Qué rico día hace, mami” no puede provenir más que de la santificación de lo “acá”, de lo máximamente anti-descriptivo del mundo, que es, precisamente, describirlo. “Qué bueno que está esto, joder”, o “qué buena que está, joder”: ¡cállate, coño! ¡Cállate! El frívolo siempre habla. El diletante le manda a callar, para hablar él. El frívolo describe el dedo; el diletante describe la obcecación del frívolo con el dedo que señala a la Luna, ¡qué de mirar a la Luna! Mira los pies al frívolo, y escribe sobre el frívolo, jamás no yéndole a la zaga, cuando no vomitando sobre sí mismo aquello que exhala la Tierra, el volcán, que, procurando rozar las estrellas, las siete o el número que fuera de esferas celestes, demás danzas arcaizantes de lo de allá tan lejano, allá que para el griego no era esto (frívolos, hablaban de 60 km, que para ellos era el hombre, qué chiste; y en qué chiste incurriré yo ahora mismo…), no hace sino dejarse gobernar por la tan mundana gravedad de la conversación atmosférica, de ascensor, del bajo cortejo de incultivadxs entes, del “acá tan cerca, vení”, esto es, sus roquitas cayendo sobre él mismo, bramando descompuesto por los acordes tan bajos (diría el cansino griego), tan aburridos, y de una irrevocable teluridad.

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