Esculpir en el silencio / Para pegarse un… (¿Ernesto?)

Intentar trasladar a la palabra escrita, todavía para muchos de nosotros regida por un principio de «discretización de lo real», aquel flujo, torbellino, verborrea que de todos lados exhala lo vivo y lo inerte; aquel continuo emitir, palpitante incluso en lo que a nuestros oídos encarna el silencio más sencillo… tal ha sido uno de mis principales intereses, ahora me doy cuenta, a lo largo de los años. Una y otra vez comprendo en mayor medida la extrema limitación de la palabra: mas no, necesariamente, en tanto que palabra, sino en tanto que palabra escrita. Pues parte indisociable de la fluidez de lo sonoro es la indiscriminada verborrea humana de que en pocos lugares puede uno escapar; distinto es el caso de la verborrea escrita, hasta hace no mucho considerada solo digna de seres enloquecidos
Intentar trasladar a la palabra escrita, todavía para muchos de nosotros regida por un principio de «discretización de lo real», aquel flujo, torbellino, verborrea que de todos lados exhala lo vivo y lo inerte; aquel continuo emitir, palpitante incluso en lo que a nuestros oídos encarna el silencio más sencillo… tal ha sido uno de mis principales intereses, ahora me doy cuenta, a lo largo de los años. Una y otra vez comprendo en mayor medida la extrema limitación de la palabra: mas no, necesariamente, en tanto que palabra, sino en tanto que palabra escrita. Pues parte indisociable de la fluidez de lo sonoro es la indiscriminada verborrea humana de que en pocos lugares puede uno escapar; distinto es el caso de la verborrea escrita, hasta hace no mucho considerada solo digna de seres enloquecidos. El parecer quizás haya sido suavizado gracias a la temporal transición a lo escrito acometida recientemente merced a Internet. En cualquier caso, y aunque algo haya de sinérgico entre lo escrito y lo sonoro, a saber, la gratuidad de lo que de pronto irrumpe, como particulares notas de esa sinfonía de lo continuo, tal carácter de lo discreto es más bien una propiedad de la vida misma: la música en un planeta «habitual» es a la Tierra lo que el electromagnetismo clásico al efecto fotoeléctrico; no es necesario irse a la India para comprobarlo. Cualquier ciudad occidental, casi cualquier hogar basta para comprobarlo. El anarmónico compás del presionar este teclado con que escribo es una prueba más de ello. ¿El rey?: el efecto fotoeléctrico. Nosotros mismos, siempre, inevitablemente, somos una máquina continua de vibraciones caóticas. Basta con colocar por de pronto una lupa sobre uno mismo en la mayor parte de conversaciones cotidianas para observar la ausencia de un director ante la orquesta; en ese sentido sí persiste el cisma con respecto a lo escrito. Redes sociales excluidas.

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    Tarkovsky: sea uno de aquellos planetas «habituales»; sea un hombre allá. Sea su necesidad del viento acariciando las hojas; sea entonces un ventilador con un papelito. Sea la lluvia: sea una sartén friendo unos huevos. Sea el frescor de bosques y montañas: sea el rodar sobre el asfalto. E irrumpe la palabra (Terapia): «Cuánto es psicología Cuánto de lo real Por qué imprimió Dios a todo esta suerte de halo onírico Quién no lo percibe o cuáles son las lentes que el color me fuerza a portar Aquí a un arrojo Yo frente a ti Dios observando desde la penumbra La penumbra de todo sentido, quiero decir el ruido vamos El inconsciente está estructurado como lenguaje…» Podría haberse sacado de Godard; sí, ese logró la maestría en la verborrea escrita, además de en la oral. Quizás de ahí su popularidad: su indiscriminada banalidad es tan cercana a nuestra experiencia cotidiana… ¡imposible resistirse!

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Ya el sonido, ya su ausencia, reverberan con fuerza el estado mental que uno habita. En la extrema pasividad, el sonido invita al aislamiento. Al igual que al oyente no informado ante la orquesta, la invitación es a tornar el asiento en hamaca, y contemplar la sencilla absurdez de los ropajes, protocolos y movimientos de los músicos. Apágase la música, y resta lo ciertamente grotesco de la situación. Sea con la música: lo grotesco sigue ahí; la diferencia estriba en la arbitrariedad que la define. La música es lo máximamente arbitrario cuando inmersa en semejante clima. Si acaso hay actividad, las tornas cambian. Ya el sonido, ya su ausencia, y trascendiendo la categoría de arbitrariedad que define a la música, invitan a tomar el control del mundo. De todos los lugares se desprende entonces el socorro de la familia en guerra; se desprende también la necesidad de cuidar a uno, a los demás, a todo lo vivo; ya no hay vacío en el sonido, ahora hay, simultáneamente, Auschwitz y poesía de amor; hay destrucción y creación, muerte y nacimiento. Todo parece proyectarse sobre un mismo punto. De cada dirección proviene una estela representando la totalidad de lo que el hombre puede imaginar. De la pasividad, la contingencia del hombre, a la actividad, la necesidad del hombre. Ambulancias, pajaritos, arpas, golpes, gritos, el deslizar de una página del libro sobre la siguiente; agua fluyendo, personas murmurando, la invención del hombre que permitió la explosión. Todo converge al mismo punto.

    ¡Pero cuán curtido ha de estar uno para lograrlo! ¡Con qué facilidad la verborrea nos hunde en el asiento! ¡Qué escasa predisposición a la ayuda, cuando a la no preparación se le une la insistencia de unas palabras! Entonces no brota pasividad, no brota actividad: brota la ira inmensa, la búsqueda del silencio perdido, el asesinato inmundo de la racionalidad de uno, vendida ante la textura áspera del ruido.

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El ruido es cuestión de perspectiva, sin duda. Al igual que sucede con la música, su definición es totalmente arbitraria. Aun así, no basta con decirlo. Mi perspectiva, mi intuición, siempre asoció ruido con discreto, música con continuo. La misma obsesión de siempre. Surge la pregunta: ¿es entonces la conversación música? En música tiene que haber alguien. Alguna presencia. Si no, es murmullo; es el idioma indescifrable. La conversación no puede ser música, allá donde en la conversación no hay nadie. Yo, en la conversación, nunca estoy. Hay alguien. Se exterioriza en una tercera persona: alguien habla. Alguien responde. No hay identificación más que inconsciente. Es el carácter del ruido: algo estornuda. Algo grita. Algo. Alguien. Tercera persona. En la música, aun cuando es ahí, el Otro (yo no sé leer ni una partitura), se percibe la presencia aquí. Aun cuando en la música haya actividad objetiva, la actividad la ejerzo «yo», no «alguien». Así pues, parece revelarse una perspectiva más refinada: ruido es ausencia; música, presencia. ¡Ah! ¿Y dónde hay la máxima presencia? Ahí donde impera el silencio. El silencio no donde se ausente el sonido, imposible condición; silencio allá donde uno pose su mirada. El silencio, simplemente, se asemeja a la atención. El sonido siempre se asemeja a la droga, a la dispersión.

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Apalancado al pasado niño siempre niño jamás avance solo automatiza el indio Dalí sabía que Von Neumann acabaría con el trabajo de Bolaño Este tiempo de la obra magna entre cortinas de la nueva ética (la máquina siempre la máquina) Curvo como el coche oxidado para pagar pagar uno comienza a estar dispuesto a pagarlo todo incluso los libros al indio al peruano al GPT Curvo como el avanzar solipsista de la vida de escritor Dices Ernesto que el escritor habla de escritores de lectura de lectores de escritura Te parece endogamia Adónde crees que acabas Aquí al final todos en el mismo Ahí ahí Cervantes tiene nunca Bolaño la lista de escritores Hablamos de escritores porque no hay nada de lo que escribir Solo hay escritores Escritores en El País Qué coño hago en esta plataforma lo creo junto a Dalí Lynch y Von Neumann en mi prensa junto al peso de Calvino El nuevo tiempo publicidad Pago claro Hosting Qué es eso yo no entiendo Ernesto solamente junto a Bellido en su mundo No conozco la lista Escritura aguantar Aguantar Aguantar 2666 La pereza El aburrimiento son cualidades estéticas La ira frente al WordPress no Estético Por qué motivo explícamelo elitista porque solo sabes hablar de poesía Porque solo hablas de ti mismo No hay mundo hay escritura y solo hay escritura en torno a ello y me quita las ganas Bolaño porque Ernesto y Von Neumann en su mismo delirio ¿cib?

Ya en serio. Cuánta hipocresía hay en el escritor, en el orador, en el sofista de nuestros tiempos. No conozco a ninguno que no se deje arrastrar por su propio modo de vomitar boutades. Pero boutades ceñidas a un mismo asunto: el endogámico bien expresado por Ernesto, y del que sin embargo estos años pasados (nada sé de él ahora, no fue más que un fantasmagórico ente aquel que rondó más que nadie, excusando a alguna mujer, mis reflexiones en las postrimerías de mi adolescencia) no hacía más que regurgitarlo vez tras vez, como el drogadicto, como Burroughs si uno es pedante: “Qué bien estamos, mira esos cerdos que no pueden ni moverse”. ¡Joder, la intelectualidad es un mundo tan estúpidamente cercano a la infamia de la droga! La intelectualidad bajuna y de casta española (o francesa, y no quiero ver la demás) como la que pulula en Internet, sin dudas: G. Maestro y G. Maestristas, B. Morillas y B. Morillistas, Castristas versus Buenistas, y la puta madre de Tarkovsky. Es increíble. En serio. No hay quien los aguante. Habrá que volver a las ciencias duras. De esta gente no se va a acordar nadie ni dos tardes. WordPress. Envidia les escuchan. Puto psicologismo más simple, hermano. WordPress.

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