Otro canto de cisne…

Una descripción. Solo una descripción es lo que te pido. De lo de ahí afuera. De lo de aquí adentro. Aquí, que es inmediatamente ahí para ti; ahí, tuyo, tuya, que es inmediatamente aquí para ti. El hecho mismo de que el sujeto no sea total, a saber, que esté fragmentado en variedad de perspectivas ―y que el otro sujeto sea objeto para uno y uno objeto de otro para aquel sujeto―, suscita que uno mire allá afuera: miro y veo volcarse al objeto en su mirada. De alguna forma, me mira para que yo mire, pero no para algo en concreto: simplemente se reclama la mirada ajena por la extrañeza que suscita el hecho de ser mirado por la propia representación de nuestro mundo. «¿Qué miras?», resuena entonces desde acá adentro. Pero a su vez el eco se extiende por cada sien de las que aparentan pensar lo más mínimo: «¿Qué miras?». Donde no hay sujeto aparente, empero, no cabe la menor duda: «Miro, porque eres real». Donde sí hay sujeto, la respuesta, ante la que la incomprensión del mismo induce un enorme temor, versa: «¿Qué miras? ¿Y tú me lo preguntas? Miro… porque mi mirada eres tú».
    La lucha es constante entre ese insoslayable salto entre sujeto y objeto ―tú eres solamente mi representación― y la muy distinta percepción de unión con todo. Son los casos extremos de desconexión y conexión. El intento de compatibilizarlos resulta en una muy extraña circunstancia. Y es mejor para esto que te pida una descripción. Es ella tan múltiple, tan cubista, tan disparatadamente diversa y a la vez tan idénticamente ella, que dar un solo paso implica dejar fuera todo los demás.

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Sin título

A Maya sobre Brahman,
do nunca podrïa saberla,
anclada a su Jarama 
y sin misterio descubierta;
de su jarana asida
ay de mí si no se vuelca,
que así yo me refugie
sobre mí yo a ti la vea.
Lámparas y dardos,
palabras y peleas,
cubra un velo toda dicha,
cuya sombra me disuelva;
tumbe el verde de tus ojos
―o el azul, o lo que vendas―
este cruce de palomas
donde mis labios esperan.
Las vidas, qué vidas:
al gris brillante esperan,
entre rosales y rosas,
en sorbiendo piras negras.

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Sin título (? Coños dos, I)

Blandiendo como página blanca
Y después de la Virgen la Hetaira
diosa su blanca rosa y rubia hermana
en la página blanda el papel destilado
suya y griega la blanca portada
la lengua se arrastra quizás por las letras
blanca tinta lánguidas bandas
quizás leas quizás blancas
Lambda la más valiéndose blanda
volviéndose viendo
volviendo-se-me (y) landa

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Sin título (? Coños dos, II)

O así osáis a Silencio
o si sabéis si asiduo 
O sí el Silencio
o si sabréis ofuscarme
o ese osito(a) que os ase del Amor
O sí sabéis saberme 
o así os instaré hasta serme
o ya sin (c)ofundadores
O así sí os irritáis así sí os soy
o siendo sú o sí suyísimo
O si por favor sabe (me) si soy
o soy suyísimo así jovial(a) joven(a) sí
o jocosa izándome so el juego(a) sí
o así o si sale o si entra
o si se me enojan siempre serás
o pues(a) sí serás
o míisimo mío
o míisimo mío
o míisimo mío

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Y, sin embargo, desconexión y conexión comparten síntomas. Los extremos se tocan. En mí. En el mundo. En ambos casos, el miedo desaparece. Quizás, por eso mismo, se recicla este infierno autocontenido que me induzco continuamente. «Le angustia no encontrar a nadie que le comprenda. Busca una persona sensible que perciba su fragilidad y lo tome bajo su ala, como si fuera un niño. En el fondo es su mayor deseo, aunque lo mantiene oculto porque se avergüenza de ello». «Esta fuerte experiencia emocional le da color e intensidad a la vida, la hace especial, y al mismo tiempo se hace especial al carácter, que suele creer que ese sentimiento suyo es poco frecuente, que es suyo y de muy pocas criaturas. La emocionalidad es un lugar donde se refugia, donde confirma que está en el mundo, que está ahí, pero al mismo tiempo donde se siente terriblemente solo. Es totalmente incapaz de gestionar su mundo emocional y, por tanto, es esclavo de él, está dominado por él». ¿Y no es esto acaso una forma más de extirparme mis propias posibilidades de existencia? De «mi existencia». Mi existencia entendida como este estar aquí, yo soy yo mismo y mi complementario es parte mía: el idealismo supremo, el eje vertebrador de la realidad disconexa. Y ahora una pregunta: ¿Ātman y Brahman, son acaso distintos en algo? Esos que dicen que Oriente se caracteriza por su no dualismo, ¿no saben nada de Dvaita Vedanta? Pero ¿y qué más dará, si al final dicen lo mismo? Todos dicen lo mismo: quitarse de encima el velo de Maya. Y cada vez que uno intenta escapar de él se encuentra más y más a oscuras bajo su seno. Os miro y veo rebotar en mí columnas de mayor libertad: mi mirada es en cambio víctima de un atroz y ridículo miedo, y quizás no hace más que ponerse en la cara el velo de las páginas, de las letras, de un par de tetas, de una melodía que no permite respirar en silencio. De un ajetreo estéril, un ritual gris: torretas, alambres alicaídos, funestos ritos de viejo y un grito al mundo en busca de Amor.
    Y hete aquí que comienzan a solaparse dos nuevos extremos, a saber, los de la vitalidad extrema, los del trabajo incesante, los del cumplimiento de la responsabilidad a sí mismo figurada como virtuosa, y por otro los del azote señorial, del arrebato procrastinador, del cántico romántico, de la quejumbre leopardinesca:

«Os declaro formalmente que no me someto a mi infelicidad ni doblo la cerviz ante el destino ni pacto con él, como hacen muchos de mis semejantes. Tengo la osadía de desear la muerte y desearla por encima de todas las cosas, con tanto ardor y tanta sinceridad, como creo firmemente que pocos la apetecen en el mundo. No os hablaría así si no estuviera perfectamente convencido de que, llegada la hora, los hechos no van a desmentir mis palabras. Porque aunque yo no vea aún el fin de mi vida, tengo en lo profundo de mi alma la impresión, casi la seguridad, de que mi hora no está muy lejana. Estoy demasiado maduro para la muerte. Me parece demasiado absurdo e increíble tener que durar aún cuarenta o cincuenta años (con tantos me puede amenazar la naturaleza) cuando me siento como muerto espiritualmente, y concluida en mí, en todos sus aspectos, la fábula de la vida. Esta sola amenaza me estremece. Pero como nos sucede con todos los males que vencen, por decirlo así, la fuerza de la imaginación, todo esto me parece un sueño y una ilusión imposible de realizar. Es más, si alguien me habla de un porvenir lejano como cosa que me pertenece, no puedo menos que sonreír para mis adentros; tan grande es mi confianza en que el camino que me queda no es largo. Este único pensamiento, puedo decirlo, me sostiene.

    Libros y estudios que a veces me sorprendo de haber amado tan intensamente, grandes proyectos y esperanzas de gloria e inmortalidad, son cosas de las cuales he dejado hasta de reírme. De los planes y esperanzas de este siglo no me río: deseo para ellos con toda el alma la mejor ventura. Alabo, admiro y honro sincera y profundamente toda buena voluntad; pero no tengo ninguna envidia a los descendientes ni a los que hayan de vivir largo tiempo. En otros tiempos envidié a los tontos, a los estúpidos, a los que tienen gran concepto de sí mismos. Gustoso me hubiera cambiado por uno de ellos. Hoy ya no envidio ni a los tontos, ni a los sabios, ni a los grandes ni a los pequeños, ni a los débiles, ni a los poderosos. Envidio tan solo a los muertos y únicamente por ellos me cambiaría. Toda imagen placentera, toda idea del porvenir que yo me forjo, que vive en mi soledad y me sirve para pasar el tiempo, se refiere tan solo a la muerte, y no se aleja de ella.

    En este deseo, los recuerdos y los sueños de la niñez y el pensamiento de haber vivido inútilmente ya no me perturban, como solían. Si alcanzo la muerte, moriré tan tranquilo y contento como si nunca hubiese esperado y deseado otra cosa en el mundo. He aquí el único beneficio que puedo conciliarme con mi destino. Si me ofreciesen por un lado la fortuna y la gloria de César o de Alejandro Magno, limpias de toda mancha, y por otro morir hoy mismo y tuviese que elegir, diría: ‘¡Morir hoy!’ No quisiera ni tener tiempo para decidirme».

Leopardi – Últimas Palabras De Tristán A Un Amigo (“Opúsculos Morales”, 1827)

Que besa, se deja amar y ama al extremo opuesto, a saber…

Así oí en cierta ocasión. El Bienaventurado se encontraba en Rajagriha,
en la cima del Pico del Buitre, junto con una gran asamblea de monjes y
de Bodhisatvas. En aquella ocasión, el Bienaventurado estaba en la
absorción meditativa que examina todo fenómeno llamada «Apariencia
Profunda».

    Al mismo tiempo, el noble Señor Avalokiteshvara, el Bodisatva y
Majasatva, contemplaba cómo practicar la Perfección Profunda de la
Sabiduría y vio que los cinco agregados carecen de naturaleza inherente.
    Entonces, por inspiración de Buda, el venerable Shariputra, le dijo al
noble Señor Avalokiteshvara, el Bodisatva y Majasatva: 
«¿Cómo debe
proceder un hijo o hija del noble linaje, cuando desea adiestrarse en la
práctica de la Perfección Profunda de la Sabiduría?
». El noble Señor Avalokiteshvara, el Bodisatva y Majasatva, contestó al
venerable Shariputra de la siguiente forma:
    
«Shariputra, cualquier hijo o
hija del noble linaje que desee adiestrarse en la práctica de la Perfección
Profunda de la Sabiduría, deberá hacerlo así: Considerando correctamente
que los cinco agregados también carecen de naturaleza inherente.
Forma es vacuidad, vacuidad es forma. Vacuidad no es más que forma y
forma no es más que vacuidad. Del mismo modo, sensaciones,
discernimientos, estados mentales y consciencias son vacíos.
Así pues, Shariputra, todos los fenómenos son vacíos, carecen de
características diferenciadoras; ni son producidos ni cesan, ni son
impuros ni inmaculados, ni deficientes ni completos. Por tanto, Shariputra, en vacuidad no hay forma, ni sensación, ni
discernimiento, ni estados mentales, ni consciencia; no hay ojo, ni oído, ni
nariz, ni lengua, ni cuerpo, ni mente; no hay forma visible, ni sonido, ni olor,
ni gusto, ni tacto, ni objetos de la mente; no hay elementos visuales, y demás,
hasta no haber elementos mentales, ni elementos de la consciencia mental.
No hay ignorancia, ni extinción de la ignorancia, y demás, hasta no haber
envejecimiento ni muerte, ni extinción del envejecimiento ni de la muerte;
por tanto, no existe el sufrimiento, ni su causa, ni su cesación, ni camino; ni
sabiduría suprema, ni logro, ni ausencia de logro.

    
» Por tanto, Shariputra, al no haber nada que lograr, los Bodisatvas
confían y moran en la Perfección de la Sabiduría; con sus mentes libres
de velos ya no tienen temor. Trascienden toda visión errónea y
alcanzan el fin, el Nirvana.
También, todos los Budas de los tres tiempos despiertan
completamente a la insuperable, completa y perfecta Iluminación,
basándose en la Perfección de la Sabiduría.
Por tanto, debe conocerse el mantra de la Prajñaparamita como el
mantra del gran conocimiento, el mantra supremo, el mantra
inigualable, el mantra que neutraliza todo sufrimiento, la verdad
porque carece de error.
El mantra de la Prajñaparamita es proclamado:

» Tadyathā om gate gate pāragate pārasamgate bodhi svājā

» De este modo, Shariputra, deberá un Bodisatva Majasatva adiestrarse
en la Perfección Profunda de la Sabiduría
».

    Entonces, el Bienaventurado surgió de su absorción y ensalzó al noble
Señor Avalokiteshvara, el Bodisatva y Majasatva, diciendo: “¡Bien dicho,
bien dicho!, hijo del noble linaje; así es, hijo del buen linaje, así es. Tal
como has enseñado deberá ser practicada la Perfección Profunda de la
Sabiduría e incluso los Tathagatas se alegrarán”.
Cuando el Bienaventurado se pronunció así, el venerable Shariputra, el
noble Señor Avalokiteshvara, el Bodisatva y Majasatva, y todos los
presentes, incluyendo los seres mundanos, devas, humanos, asuras y
gandarvas, se alegraron y elogiaron las palabras del Bienaventurado.

Sutra del corazón    

Brahman Maya, infierno y cielo, conexión y desconexión, idealismo schopenhaueriano y realismo escolástico, nihilismo y esencialismo, vida y muerte, deseo y asco, compañía y soledad, locura y lucidez, lujurioso placer e infinito dolor, salud y enfermedad, objeto y sujeto, tú y yo, sabiduría e ignorancia, rutina y novedad, arte sublime y baja banalidad, pesimismo infausto y escogida felicidad, procrastinación y trabajolismo, coño I y coño II, celestial música y cordial ruido, firme amistad e incalculable enemistad, autonomía e independencia, vacuidad y sentido, extrañeza y familiaridad, originalidad y kitsch, unidad mística y miedo social irrefrenable, hombres y mujeres, animales y piedras, cariño y utilización, burla y respeto, contaminación y naturaleza, envidia y desprecio, preocupación e indiferencia, silencio y agitación, Nirvana y Samsara: todos ellos, sin falta, se encuentran a un pequeño paso, casi indistinguible, los unos de los otros. Sus fórmulas de aparición solo denotan infinitesimales diferencias de caso a caso, quizás un poquito más de disposición física y mental aquí que allá, o quizás, solo quizás, quizás, quizás… quizás haya un poquito más de Amor allí afuera que acá adentro…

Un imperativo. Solo un imperativo es lo que te pido. Dámelo. Dámelo. Dámelo.
Ama. Ama activamente. 

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