(La no ya imperfección) ninguna, ninguna imperfección resta, solo añade, cuando el conjunto tiene eso de mágico que es la mirada recién llegada, recién, a la mitad de los años (el doble no preserva nada del conjunto, nada, una pared y la mirada se tornan para entonces lo mismo), cuando el punto es exacto, la cima la presente, aunque se vaya tan rápido, se disuelva, y por ello surge de mí el cursilesco llanto, y lo repito: descubrir el Mediterráneo del envejecimiento, no por ello deja de navegarlo uno, vez tras vez, sobre la silueta de aquellos a que nunca pudo conocer, ahora confinados a ser parásitos de su juventud. Simultáneamente, la juventud, lo peor. Lo mejor. En el viejo hay ese carácter de muelle plástico, de almohada (en el viejo recuesta su cabeza el propio arrastre de la que ya no es belleza, no sé lo que es belleza, lo interno es de otra especie) que dio de sí, riendo de la pulsión de recuperación de antaño, cuando aún poseía la fuerza de oponerse a vivir como el ratón cintamecánico. Suicidio del joven, just Aquiles: Die young, stay pretty. Jesús con Leopardi, __eq__: Jóvenes, os quieren muertos. Para que no os comáis a los que quedan. Y a la vez esos juegos de prestidigitador: la juventud, lo peor. Lo mejor. La juventud. Tan estúpido artificio de la naturaleza. Dios mío… por qué nos has hecho esto… Por qué… Tan innecesaria degradación de tu obra, la entropía, termitas del Partenón. Perlas que son azabache. Los 20 tornados en 30. No quiero viviros. Qué más da lo que yo quiera. (Que ¿qué?: Que vivimos en la época del ciudadano, del derecho, del bombadero ruso, del genocida israelí: imponemos nuestro derecho a decirle, ante el misil, ante el trabajo esclavo, a la realidad, de dónde se saca el artilugio de la belleza, de la juventud, y atacarlo, atacarlo incesantemente, día y noche, misiles a la realidad, lloros, aquí, ahora, manifestaciones contra la realidad, manifestaciones contra el delirio en Ucrania, en Gaza, contra el despotismo del joven, de la joven, del guapo, de la guapa, del más inmensamente doloroso cuchillo a la noche de las sirenas, cayendo, cayendo, un rostro hermoso, seguramente de ella, defensas… antiaéreas…).
La misma maldad. ¡La misma maldad de la realidad, allá donde reside su máxima psicopatía: el genio natural, destinado a aplastar al otro, el auge de la destrucción, el auge de la belleza! El amor y el odio, nacimiento de la filosofía, nacimiento de la física (Qué Si No Son Las Fuerzas Queridos Físicos Decidme Decidme Vosotros Sabéis No No Sabéis Astrólogos Empedoclianos Embadurnados De Heraclíteos Símbolos), sustrato último de la realidad: subyacentes en cada egoísta decisión del (descubriendo el Mediterráneo) genio, genio natural: amarla matando al otro, conquistar la belleza, tomar el Partenón, aquí, ahora, manifestaciones contra mí mismo, contra él que soy yo y la dominó un tiempo, ahora está muerta, o vieja, decrépita, como el templo desprovisto de su cosmética.
El ojo vacío, desierto por los treinta, treinta años, en treinta años nos salvaremos, desierto, como desierto está el corazón de aquel que mata sin cesar allá, en 1936, en las tierras tan lejanas; van sumando años, bellezas disueltas en la historia. Belleza. Belleza. Como si por decir la palabra pudiera, de alguna manera, atraparte. No sé crearte. No sé engendrarte. No puedo poseerte. Me limito a la palabra, a aquello que únicamente sé hacer. Llorar por lo que Dios nos hizo. Por Dios… Por qué…
Ya dije, otro día, que los destellos de belleza a uno lo hacían olvidar todo cuanto había desaprendido en su camino de asimilador del arte: No hay poesía, ya no hay poesía, ya solo hay el atributo del absurdo, del horror, quizás algún día de lo sublime, el desprovisto de sensibilidad quejándose frente a lo kitsch, el Kundera de todos nosotros que vomita sobre el Rachmaninoff de otrora, solo parece que la guerra sea válida, cuando el sufrimiento allí germinante, el de la belleza, se revela con virulencia siempre, siempre, no solo bajo el paraguas destructor del asesino. La belleza vence. Vence, sometiendo. Con el yugo del tiempo. Y repito la palabra, porque tampoco a su gerundio puedo engendrarlo, atraparlo (no como la realidad, indigna buscona, puñalada al joven con el caer de la arena, caer misiles, caer los años, caer sobre la piel mustia): Matando. Matando. Matando.
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