No sé si será idolatría por los ecos de fracasado que retumban en mí cada vez que caigo, «How to be more…» y el agua derramada; no lo sé… Es probable, más bien, que sea solo la lenta carcoma que de la masa que retengo entre mis sienes protagonizaran esos parásitos de los escritores y los oradores, únicamente aplacados cuando, de sofistería en sofistería, van a caer sobre las sombras del dogma banal y pueblerino… Mas no lo sé, no, y digo bien, pues quizás fuera predisposición mía, y no resultado del sitio al que me forzaran poetas, gurús ni filósofos, lo que me condujo a ser seducido por el afamado ídolo: saber…
Y sin embargo, día tras día, puedo dedicarme casi en exclusiva al solaz alcanzado en la unión con el todo, o bien al arrastre vergonzoso por entre las cárceles de vuestros cuerpos, máxima disociación. Cosa vergonzosa, advierto, no porque sean cuerpos, sino porque en ausencia son cárceles. Pues con saber basta ya la comprensión y el gozo del ser. «El ser no me vale: pon ejemplos». Yo te los pongo: el universo, el rostro de aquel sucedáneo y sus andares, el baile de unas nubes que caen invertidas hacia el cohete que nosotros, los humanos, pusimos a autodestruirse… Una mirada evocando una voz, un ingenioso sofisma en el lecho de muerte, la mente yaciendo en el LSD, dos libros por día, una puta de oro… ¡Ejemplos, ejemplos, ejemplos…!
Yo solo conozco una cosa, y es que la dualidad se disuelve. Aλήθεια y ἀνάμνησις son lo mismo que el budismo: desvelar y recordar. El ἐρώμενος y el ἐραστής son lo mismo que la India: maestro y discípulo unidos por el sospechoso lazo tántrico. Amor y Belleza son iguales en el camino a la verdad tanto en la Khajuraho del siglo X como en la Atenas del siglo V a.C.: Ludwig II y Cervantes no eran tan distintos. ¿Por qué el ser humano se hace eso? ¿Para qué es la equivalencia proyectiva de hipercuádricas no degeneradas el aperitivo en cuanto a Tristán e Isolda? No entiendo que sus conclusiones posean el más mínimo valor, pero lo idolatro, lo idolatro irracionalmente como amo sin condiciones a aquella mirada eternamente morena, no sé si inteligente o estúpida, no sé si a aquel cuerpo precioso o devastado, no sé si a aquella sonrisa deliciosa o sucia; así también amo, amo, amo, pues mi vida es ante todo ataque: amo saber.
¿Escribir sin adjetivos?: interesante idea. La asumo porque debatírtela sería no avanzar. Sí, el aprendizaje es apertura, es entrega, el maestro se aprovecha a lo Sogyal Rimpoché. Vivo en la Edad Media, y en ese engaño profundizaré, pues suficiente tuve de Romanticismo, suficiente tuve de revoluciones fracasadas. Estudiemos un poquito, por qué no. Es el placer duradero, es el poder de la pedantería: de que otros escuchen maravillados… ¡De verdad? No seré el monje que por fracasado sexual o pobre acaba aspirando a abad… No me fío de esos ojos, Escohotado. Ya sé que siempre son los ojos. No me fío de esas gafas, Ernesto. No me fío. Ni me fío de esas cejas, Bellido. Pero es que por supuesto que no me fío de Velázquez, Dalí o Freud. Todas parecen condenadas a la misma suerte platónica, Dios sepa qué quiera decir esto. Porque sí que no sé, en absoluto sé, y escribo cuando mi desesperación es tal que necesito escuchar, y solo acabo escuchándome a mí. Y sin embargo, día tras día, puedo dedicarme casi en exclusiva al solaz alcanzado en la unión con el todo, o bien al arrastre vergonzoso por entre las cárceles de vuestros cuerpos, máxima disociación…
Quiero suponer que el conocimiento es unión, como el amor, como la libertad. El amor, lo bello. La libertad, lo bueno. La sabiduría, lo verdadero. O quizás, la Belleza, la variedad física. La libertad, la variedad psicológica. La sabiduría, la variedad… ¡conceptual, intelectual? Lo trasciende, Gustavo Bueno, lo siento. Pero entonces ¿por qué se sorben con tanto ansia, se inhalan tan brutalmente una pareja de ojos perdidos, un cuerpo devastado, una sonrisa sucia…? ¿Dónde hay allí la física? Compensación, velos, Dharmas mundanos: ¡pero si todo es lo mismo! Una verdadera Dulcinea del Toboso, siendo evidente que la Belleza se puede moldear muy a gusto de la barbarie. ¿Y por qué la opresión, el fustigamiento, el sadomasoquismo político…? ¿Dónde hay allí la psicología? Un verdadero rebaño, estúpida mentalidad gregaria que tú, psicóloga, quizás algún día puedas explicarme… ¿Es reptil, es pez, es ñu? ¡Oh, y cómo beber de la ignorancia? La jactancia frente a un «El Holocausto: ¿eso qué es?»; «¿este a mí qué va a humillarme, hombre, si es un muerto de hambre?».
No sé si hacen más daño la pobreza o la riqueza al cerebro humano. Están atrofiadas las facultades de algunos que pueden pedir y más pedir, tópico socialista que condena al burgués al estadio de retrasado mental. Y sin embargo el burgués, como el follador nato, lo condena el fracasado al estadio de genio, por más que para otros es solo el haz de hipercónicas. La vida es tan limitada que yo soy, sí, el asno de Buridan, y allá quedo divagando, y mi estantería coge polvo hasta que un día este libro, o aquel, acaben desconozco de qué manera. Y sin embargo en tu mente tan compleja, algo parece simple, simplísimo: aprende. ¡Por qué! ¿Hueles acaso a Dragó encapsulado en su celda de abejas? Entonces quizás no te escuche, pero todavía te admiro. Te admiro demasiado como para no hacerte caso. Te y la estudiaré como tú tradujiste a mi mundo los ojos de una tonta, las palabras de un espejo que se tapa de alquitrán: ¡qué estúpida, qué estúpida…!
Es saber y es existir. Es ser y existir. Es dudar y es saber. Es vivir y es vivir: ¡ambas son vivir! ¿Con cuál se vive más…? Esa es la pregunta que te haces mientras el funeral de tu vida toca, y escúchalo: «Una canallada». Es demasiado hermoso y demasiado terrible a un mismo tiempo. Uso adjetivos porque no sé nada, solo sé que hay contradicción, que yo no sé, y que algo se puede saber, a pesar de todo. Pero viviendo. Viviendo. Y yo no sé vivir. Pero mira: algo sí te digo. El orgasmo puede que sea la muerte, y entretanto yo «vivo» aplazándolo. Gracias a tu desdén me convertí en el de las técnicas, en el de la Biblia mientras unos hermosos reflejos morenos danzaban hacia adelante y hacia detrás en Francia. ¡Francia! Prefiero, a pesar de todo, haber vivido cargado, como en una Iglesia recluido llorando las penas de Remo Giazotto. Prefiero haber vivido sin saber el talento de una mirada arbórea, de un bosque de guapura, cuando quizás de aquel modo fuera jamás a residir en este desierto a caballo entre la Tierra y Júpiter, delicia de poetas, artistas y científicos…