P: Si diverges de ti mismo, contempla sus ojos… / S: Carpe diem; From the bottle of amnesia – I will see you in the next life

Si diverges de ti mismo, contempla sus ojos…

(¿Por qué…?). Así se define la divergencia para el punto x0 en el campo vectorial F. Es evidente que si el volumen encerrado es un sumidero, la divergencia se define negativamente. Si es una fuente, lo es positivamente. Solo si el flujo neto es nulo puede asimismo anularse la divergencia. De hecho, la definición ofrecida, de índole quizás más física que matemática, se encuentra subordinada al Teorema de Gauss, que podemos enunciar de la forma siguiente, donde U es una región acotada por la superficie cerrada S, siempre que F sea continuamente diferenciable en cierto entorno de U, usando la nomenclatura que emplean en Wikipedia. Por cierto que todavía no acierto a asimilar la gran calidad de las publicaciones allí habidas en materia de ciencias (cuanto menos, en física y matemáticas), en particular por el enfoque ofrecido, tan divergente respectodel habitual en libros de la rama: sin duda más holístico, v.gr., por la inclusión de notas históricas.

Atraída la atención de unos, espantados los otros, díganme: ¿qué hay en los ojos? ¿Qué portan de secreto…? Parecen la esencia misma de la consciencia, de la claridad mental. No contentos con ser los responsables del más privilegiado de los sentidos, parecen querer trascender su función y evocar en los demás la intuición del «tú también eres como yo». El poder de los ojos, incluso en un animal, resulta en una extraña vibración de nuestro yo, al que se inocula una chispa de empatía, por momentánea que sea.

    Ve a la carnicería. Compra un filete de ternera, cerdo o pollo, llévatelo a tu casa, y, antes de cocinarlo, contémplalo un momento. Carente de vida, casi se asemeja a una hortaliza. Desprovisto del elaborado conjunto en que se encontraba inmerso, parece sensato desdeñar la necesidad moral de una dieta vegetariana. Se produce una normalización del fenómeno gracias al distanciamiento con respecto a su origen. Mas figúrate ahora que te enseñan, sea un vídeo, del animal…: de ese animal, ahora tornado en cadáver y descuartizado, no ya cuando otrora se encontraba en vida, hecho ante al que no nos maravillamos (como no se maravilla, es posible, un guatemalteco u hondureño ante el homicidio acontecido el día de antes en su mismo barrio), sino cuando su mirada, por estúpida, perdida y nublada que pueda resultar a ojos de un humano, podía intercambiar con este los rayos que suponen ese espejo de la identidad consciente. Y que dicha mirada, penetrante, cargada de inocencia, cale en el comprador, cómplice de su asesinato. Antes; después. Para ti. Sí, solo para que tú y tus semejantes no hagáis el esfuerzo de dejar de comer cadáveres. ¿Y lo peor?: que la mayoría de personas seguirían comiendo su filete. ¿Y tú…?

    Esta digresión tan pretendidamente ejemplarizante la he traído a colación por atraer, de nuevo, la atención de «unos» y espantar a los «otros» (esto está bien definido en nuestro caso: unos=otros=0, sin pérdida de generalidad, QED), aunque la considero muy seriamente, desde que ese es un problema completamente real. Consideren en especial la chocante experiencia en siendo el animal que os tragáis degollado, transición que uno puede vivir, con sus ojos, como la de su propia vida a la misma muerte: la muerte del pasado, de los hábitos que conducen a ese asesinato gratuito. Qué buen@s sois. Qué buen@s sois… ¡Y en una pescadería! Esa secuencia, montón apilado de cadáveres con mirada perdida, suplicando la ilustración de quienes allí van a intercambiarlos por monedas… Mas ¿con qué se topan esos espejos?: la verdad de quienes no quieren mirarse en ellos. Espejos del alma, sí: espejos, no ventanas. Si quieres conocerte, mírate en los demás, en el reflejo de su iris. Son como cierta música… transmisión de lo inefable. Para mí, los ojos de la muerte tienen este color… Hagan el intento de escucharla entera:

Gorecki – Symphony No. 3, Op. 36  I. Lento – Sostenuto Tranquillo Ma Cantabile

Gorecki – Symphony No. 3, Op. 36  II. Lento e Largo – Tranquillissimo (Symphony of Sorrowful Songs)

Gorecki – Symphony No. 3, Op. 36  III. Lento – Cantablile Semplice 

Volvamos un momento a las matemáticas. En el contexto del análisis, incluso un estudiante de Bachillerato sabe que se llama divergente a toda sucesión que carece de límite perteneciente a la recta real (no extendida), i.e. no es convergente ni posee límites de oscilación pertenecientes a la recta real (no extendida). Se trata de una definición sencilla de entender: lo divergente tiende al infinito. En particular, de cara al estudio de las discontinuidades de una función, se dice que una asíntota vertical es divergente si cada una de las ramas que se aproximan a la recta tienen pendientes de valor opuesto. Utilicemos este último ejemplo. Digamos que las personas poseemos una personalidad que, puesta en función del contexto, bien posee múltiples discontinuidades, bien posee directamente un carácter discreto. Ya no es hoy actúo de esta manera y mañana de otra, sino que en un instante, frente a una persona, hago esto, frente a otra, casi lo contrario, en cuestión de segundos. ¡Qué divergencia…!

    Lo he dicho mil veces. Aun así, como nadie me lee, nadie lo recordará. Según Platón, al menos por boca de Sócrates en algún diálogo cualquiera, afirma que el malo es el distinto de sí mismo. Por otro lado, Hegel consideraba que la razón de la evolución del espíritu en su puesta en relación con la persona es para permitirle llegar a ser el que se es. Ambas nociones reflejan una cierta continuidad. Cierto es que la razón de esta disertación es meramente lúdica, pero consideren ustedes, en primer lugar, que en las palabras de Sócrates no cabe en la bondad el conflicto entre las partes, se da, indudablemente, la armonía. Una discontinuidad es sin duda un disarmonía, y si sus ramas son infinitas… ¡oh de lo que habría de pensar de sí mismo el que tanto discordara de sí mismo! En segundo lugar, vean ustedes en el espíritu de Hegel la tendencia a la convergencia, en detrimento de esa inclinación «equivocada», como sugiere la etimología de divergir, proveniente del vocablo vergo (inclinar). Lo contrario de llegar a ser el que se es, es, precisamente, describir una trayectoria que diverja de la verdad, en una suerte de divergium (divorcio) respecto de uno mismo. La divergencia nula, el flujo entrante igual al flujo saliente del Teorema de divergencia, es igual al equilibrio platónico, a la senda correcta hegeliana. ¡Cómo no iba a querer entonces yo no ya solo conocerme, sino suprimir esas incómodas discontinuidades…! Armonizar, encontrar un entorno continuo, del que se pueda derivar… Si de cada ciencia cada uno quisiera hacer un juego, ¿en qué se convertiría su rigor?

    Es en los ojos donde uno ve dibujadas esas discontinuidades: placer, dolor, aburrimiento, interés, enamoramiento, odio, temor, ignorancia… En una vista que aparta de ti alguien a quien conoces se traslucen las asíntotas de su desconocimiento de sí mismo, del mundo, de la valentía… En una foto donde los ojos no aparecen (o quizás están cerrados…) se ve el ocultamiento de algo, quizás el dominio de una función que no admite quién la interpreta… En alguien enamorado la mirada se tiñe de colores vivos y parece querer tragarse todo cuanto brilla en su entorno. Son arte puro. En una persona que duerme se figura uno el equilibrio del teorema de divergencia, en el que todo fluye como la indiferencia de lo que está muerto, apagado, cual aquellos cadáveres que iréis a comer… En los ojos de ese gato se refleja la sorpresa propia: la paridad de una consciencia quizás compartida, la refutación de un solipsismo quizás insinuado en el imperio de los dormidos y de los muertos… Después, me miro en el espejo, de cerca, muy de cerca, todo lo que puedo, para ver quién hay ahí detrás, oculto, como si residiera justo allí, detrás de la retina, el hálito de un alma inducida por la mano divina, a la par que no me enamoro, no, sino que me desconozco, me temo, me extraño de mí mismo, de mi cuerpo, de mi mente, de mis obras, del universo entero y de todo lo imaginable: diverjo, diverjo, diverjo…

Wolfgang Amadeus Mozart – Piano Concerto No. 23 in A Major, K. 488: II. Andante

Aquí tienen un fragmento mal recortado del comienzo de I Origins, película que en buena medida ahonda en lo de los ojos, que me impactó enormemente cuando tenía 10 años y que aconsejo, si no encarecida, al menos parcialmente, ver al menos una vez, al margen de su desastroso trailer, que por supuesto no adjunto por ser un verdadero espantapájaros para personas razonables…

Y entre tanto, me pudro. Me pudro anhelando una continuidad que se torna en ojos que no veo, espejos del silencio, del tanteo, del oscilar, oscilar, oscilar, ay… oscilar… del dolor, del genuino dolor vivido en la satisfacción de ese espejo. Unos ojos, sobre otros ojos. La convergencia lograda donde solo se oculta el deseo de divergir… El latir profundo, lento, abrasador, que corta por horas la respiración, de esos rayos allá reflejados, lentes divergentes de mi inteligencia, de mi estabilidad, de mi felicidad… Un camino: la asíntota ascendente. El otro: el sepulcro no prosaico. Miro vuestros ojos, los miro y me veo, me veo perdido, como esos mechones que resbalan por vuestro pecho brotando milagrosamente, la desesperación tornada en desdén: la refracción del corazón que despreciáis, malditos ojos que no veo. Porque hasta cuándo esperar que se derive es la pregunta: la función de la excelencia, hasta alcanzar el blanco, el blanco telúrico de ese iris que no refleje, que solo vaya a un compás con la propia existencia, universo de pupilas teñido de carmesí… Adiós.

Wolfgang Amadeus Mozart – Lacrimosa

Carpe diem

¿Por qué? Uno se complica la vida adrede. Ante la voluntad infinita de la divergencia, es tan sencillo vitalmente forzar la convergencia a un punto… Acotar la sucesión… ¡Acotar la sucesión! Desaferrarnos de las no-fronteras insaciables de la voluntad. Aceptar el límite en el tiempo, tan cercano: las cosas no son uniformemente continuas; el cambio las modifica indescriptiblemente. Así, así, acotando el deseo y su recíproco la aversión: en el placer hedonista y el dolor; en las presuntas posesiones y en el no alcanzarlas; en las supuestas alabanzas o en la crítica; en la fama y en el carente reconocimiento. Los ocho dharmas mundanos. Hablar perogrullescamente tiene su utilidad: el refresco actancial de lo entonces en potencia, relegado a la conciencia, en estado latente. Es como si una palmadita en la espalda transformara de por vida a una persona. Pero ocurre.

    ¿De qué forma divagas? ¿De dónde sacas esas velas? ¿De dónde ese materialismo espiritual? ¿De dónde es tan tentador el arrastre? ¿De dónde no hacer nada excepto una sola cosa…? Di. Con lo simple que es la acotación: nosotros la hacemos difícil con la inercia de lo social y de nuestro propio pasado. De esa manera, no hacemos más que legar a nuestro yo de instantes después un presente ya determinado, decidido de antemano, sin consideración del fluir del mundo en ese renovado punto. Definimos el futuro inmediato como una función matemática, y ante la certeza de que de tal modo no puede captarse la esencia del instante, surgen tales discreciones, discontinuidades, ramas infinitas y divergencias insoslayables. Esto suena nietzscheano, unamuniano, oriental barra budista, pero no es más que simple sentido común: ¡cómo iban a converger acaso, sino de pura chiripa, los avatares que nos forjamos de la realidad y cuanto en verdad acontece en ella! La divergencia es mero dividir entre el denominador de un instante cercano, cercanísimo a cero, casi igual a él: ¡qué iba a esperarse entonces! Tú eres tal, cual, tal, cual, tal, cual en cada segundo, como un número irracional. ¿Qué descripción vas a hacer…? Sí, sí, como con el Teorema de Bolzano-Weierstrass: «Toda sucesión acotada admite una subsucesión convergente«. Cierto… muy cierto… ¡Cuántas imágenes, rostros, iconos formamos de nosotros mismos en cada instante! Cada uno, su propia sucesión, que de tanto en tanto se repite, toma formas parecidas, como tendiendo a una misma cantidad… Otros son oscilantes, allá entre sus límites vitales inferior y superior. Actores y actrices de teatro, y no de otro modo deberíamos vernos. Envueltos en esa forma momentánea de una función distinta, recuperada, como digo, de cuando en cuando, ¿por qué identificar el conjunto de la vida con esas subsucesiones…? No te identifiques contigo allí, ni allí, ni allí. Son instantes que tan rápidamente se desvanecen, que ya en otro orden de convergencia encuéntraste, amigo: ¿para qué aferrarte, entonces?

    Me dan igual la psicología, la religión, la filosofía, la antropología, la literatura y cuantas disciplinas tratan directamente del estado anímico del hombre. Son solo perogrulladas, la palmadita necesaria en el momento necesario. Vivido el momento necesario, solo resta el presente, el mero presente. Escapen de las definiciones: los matemáticos no estamos hechos para entender la mente humana. Sus puntos aislados son una maraña infinita y aleatoria, bailando cada instante como los trillones de electrones que permiten el deseo, el odio, el amor, el aburrimiento… como esos ojos… como la muerte tan cercana, melodía que nos retorna a la máxima latina: cógelo, cógelo, cógelo… huye de los universales, los ideales, cuanto en la conciencia se figura eterno; pues también muere. Contigo. Así que ve a sí y tómala, jornada única en el devenir universal, ordenada en la inyectivísima función temporal…

Dead Can Dance – The Host of Seraphim

In the bottle of amnesia – I will see you in the next life ¿Por qué? Fíjate en las cumbres cocainómanas. Fíjate en cómo caen los cristales de sus puntas, más vastas que el cielo. ¿Por qué? Sería más simple si el órgano tocara después del placer, como en fantasías de persianas. ¿Por qué? Roza ese hálito dejado; quién es. Quién es. Estoy loco. Símbolo de una valentía. Símbolo del fracaso. ¿Por qué? La respiración en la noche, toca la planta, disfruta el eucalipto, estrangúlate en la cueva. ¿Por qué…? Porque las ideas son como el campo gravitatorio: heroína en sangre, como cada ser viviente.
¿Por qué? Esa melodía, esa Luna, ese Alba, esa Luz, esa Valentía: la Angustia tibetana. ¿Por qué? Luis Buñuel tenía razón. ¿Por qué? Un corazoncito como de Júpiter incrustado en una espina: estalactitas cocainómanas. ¿Por qué? Estalagmitas ninfómanas. ¿Por qué? Donde el santo reza día y noche en las afueras de Madrid. Así, así merecen la vida como dalits bendecidos. ¿Por qué? Porque confío, confío en la nada.
¿Por qué? Por la divergencia, como en bicicleta podrida, como en discoteca melancólica. ¿Por qué? Por Corea, por el Gran Hermano, por la ayuda paternal y el abismo. ¿Por qué? Entumécense las gotitas del icono. Caen, caen para ser olvidadas, Espejo. ¿Por qué? No te saben. Y parece que jamás te sabrán. Casi como las plumas condensadas. ¿Por qué? Porque quizás… quizás…

Motion Picture Soundtrack

¿Quieres compartirlo?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *