Tres pseudoartículos cortos y a la desesperada (I Intento)

De la muerte viva y de la vida muerta

Para los muertos que viven, están vivos los muertos. Lo que no sé es ya, quién menos vida tiene de ellos. Yo, como muerto, me considero de los primeros, y bien pregunto a los auténticos, que hasta cuándo estarán recostados, que cuándo sus ojos brillarán, y dónde sus almas yacerán, cuando despierten de tan sombrío sueño. Responden que están vivos, que lo están más que los muertos; pero en declarándolo, con tan muerta mirada, como comento, actitud y desempeño, ¿quién no dudara de sus palabras, y lo cuestionara todo ello?

Mas contemos otro grupo: el de los muertos que están muertos. Que a decir verdad, los que como yo son, su vida comparten con estos. Enciérranse en una celda, matando su cordura y cuerpo, y se fatigan vanamente, buscando conocimiento; están para ellos los dos veces muertos más vivos que los que no estanlo, por ser que piensan con ellos. E incluso invitamos a con un espejo a mirarse los que no los leen a aquellos, no entendiendo yo qué de vivo es que nosotros, al solamente aprender, tenemos. Y a saber se los reduce, a esos mártires, que por nosotros no murieron; y subordinamos la vida misma, porque deje de ser muerte, a nuestro delirante entendimiento. Y aun siendo un fin noble se convierte la tan deseada soledad, en nuestro más espantoso medio, por ser que solo un suicida, pudiera bien a esto, su vida dedicar por entero…

Al fin sigo sin saber qué es peor, si estar vivo y no serlo, o estar muerto, y a unos pocos no parecerlo. Porque es obligada disyuntiva, y no encuentro solución a ello. Mas no podemos más dudar; que entre tanto se consume nuestra vida, por culpa del que no perdona: Tiempo.
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Diatriba contra la inspiración y la dialéctica. 

Pluma en mano; guerra en mente: ¿por qué no empiezas? ¿Oro rojo, acaso, escribir quieres? Ay…, pues ante ti, el mar; mas tu cerebro, enjuto. ¡Así eres! Y ves a aquel: arrojárasle tinta, pero no puedes. Aunque a ti mismo, ¿quién frénate? ¿El que ya otros, por ti, los monumentos tejido hubiesen…? ¡Diga!
    ¡Ah! ¡E incluso a ti las musas vienen, animal infame, a verte…? ¿Qué hay, pues, conmigo? ¿qué gusto pudiera, quien carece de memoria, ofrecerles? ¿Qué ofrenda, y a quién, en tan vacío y helado valle? Empeño no es todo, no; ni fuentes o pájaros, libros ni gentes: se congelan al a mí verme. Y tras ello, quedo solo, entre estatuas, espíritus y páginas, humillado hasta la muerte… ¡Diga!
    Nada mostrar puedes, no, sino en siendo tus palabras veneno. Y no hay que un camino para que el mediocre sea eterno: el incendio. Mas no sabio verdadero serás por pensar aquello, sino un ignorante creyendo no serlo; pues creerás que destruyendo generarás, en realidad una flor no valiendo. Y morderás la manzana, dulzura no antes vista… que al poco verasla podrida, cual perfume de tu vida. ¿Qué remedio habrá, entonces, a las heridas de la fama, y a la cresta de la ola, y a los vencidos de muerte, y a la enfermedad de tu mente? ¿Valdrán un cuatrín, entonces, la buena fama, las altas cumbres, la razón, el humanismo, la escritura, la inspiración, el pensamiento crítico, el conocimiento, la filosofía…? ¿En tanto valoramos el polvo, la brutalidad, las guerras, la arrogancia, el olvido, la mentira, el sesgo, la escoria, el jamás sido…? Busca la segunda vía, la genuina, y créala. Desees ser literaria (y sea), mas no piérdaste en buscar, lo que solo un loco, desesperadamente, podría desear encontrar. ¡Digo!  
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Espejo jovial

Volvió Agamenón, entonces, victorioso de su guerra; así lo hacen, día a día, cada hora, los que en la nueva se internan. Esperaba su esposa al tal; la juventud, la necesidad, la ceguera, a los de ahora. Traidora fue Clitemnestra, y tal cual lo son Aprobación y Belleza. El tapiz el rey, jocoso, pisó; las cabezas de los demás, sin escrúpulos, los todo el día curiosos. Una red sobre él la injusta echó; en una eterna y constante viven los de ahora. Agamenón fue pescado triunfando: no hubiera querido él tan infame castigo. Mas los de ahora, esclavos voluntarios, a la social red se atan, y escapar no pueden luego, cuando arrojaranse, algunos, con sus trofeos, a las cristalinas aguas de la vida, porque no los ahogue la muerte que ellos mismos escogieron.

Vengó Orestes a su padre, cuya sangre él olió presto. Así Justicia ganó, por hacer cumplir, además, de Apolo sus deseos. Mas los de ahora Justicia no desean, por verse en una sala de espejos, donde aunque encerrados, en una red infinita de terremotos y deseos, creen tener todo el mundo para ellos. Y así incluso afirman que todo allá dentro es incluso demasiado perfecto. Comentan, pues, como cosas estas: que si lo mejor de todos ellos, que si las nubes más altas alcanzan en sus cuadros; que si las más retocadas realidades rozan con la mano, que si los más dorados cuernos, de que beben la vida misma; que si los espejos falsos y ajenos, por los que vense ellos mismos humillados… ¡Ay, qué absurdo en todo eso, que no es, no, ni remotamente cierto! La red no saca, no, lo más bello de todos ellos; ni las imágenes más perfectas, ¡qué despropósito! No. Lo que hace es hundirlos, a todos, a muchísimo menos.

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